El presidente López Obrador es iterativo en su respuesta a la pregunta de si es feminista: “soy humanista, porque eso engloba todo”. Confunde el concepto: “No se puede ser humanista si se es machista, si se es explotador, si se es racista, si se es clasista, si no se respeta la naturaleza»”. El humanismo postula el antropocentrismo, es decir, coloca al hombre en el centro del universo social, y a partir de esa concepción originalmente el individuo tuvo opciones de progreso, la escolástica ya no era la única corriente de pensamiento a seguir. Apoyada en el invento de la imprenta, el uso de la brújula para incursionar en viajes que confirmaran la redondez de la tierra, los descubrimientos de nuevos continentes, el Renacimiento, la Enciclopedia, la ilustración, el surgimiento de una nueva clase social, la burguesía, el intercambio comercial, fueron el marco de ese antropocentrismo cuyo Dios alterno era el uso de la razón como medio para el progreso. El feminismo, en cambio, es una corriente social surgida del reclamo de género, un sector de la población largamente sometido porque la sociedad machista auspició el sometimiento de las mujeres, que ahora han dicho ¡hasta aquí! Esta es una etapa histórica de transición de una época a otra. De la misma manera en que el geocentrismo pasó a la historia como una concepción errónea para dar paso al heliocentrismo, el machismo sigue ese curso respecto del feminismo. No reconocerlo es atavismo psicológico, propio de una cultura del subdesarrollo.