Desde nuestra vida como nación independiente, en nuestra estructura de gobierno no siempre el Poder Legislativo ha estado sometido al Ejecutivo, épocas hubo, previas a la Reforma y durante la Reforma, la invasión el imperio importado y el gobierno juarista, cuando el Poder Legislativo competía poderes con el Ejecutivo. Durante la dictadura porfirista contribuyó a fortalecer al Poder de un solo hombre y el legislativo pasó a ser solo un apéndice del gobierno. Restaurada la república con la llegada de Madero al gobierno nuevamente el Legislativo se convirtió en el foro de las discusiones públicas teniendo como protagonistas la fracción rescoldo del porfirismo y el Grupo Renovador que apoyaba al presidente Madero. Después sobrevino el periodo sangriento de la revolución y a continuación el de las “purgas” políticas, cuando el Congreso fue el reflejo de los cambios. Durante la hegemonía priista el Poder Legislativo ser ajustó dócilmente al régimen presidencialista, condición alterada cuando llegó la alternancia. Ahora, con AMLO en el poder no debiera extrañarnos su dominio sobre el Poder Legislativo, es el formato que, al parecer mejor nos acomoda a los mexicanos. De allí aquello de “aprobarlo sin tocar una sola coma” o pedirle (¿mandarle?) a la Cámara de diputados hacer público el expediente contra el gobernador de Tamaulipas. Nada nuevo bajo el sol.