México vive tiempos difíciles, porque su población enfrenta problemas cuya solución no está en el horizonte inmediato: ni la pobreza y las desigualdades irán a la baja, ni la inseguridad tiene visos de reducir su infatigable ritmo, ni la economía va a crecer para alcanzar el promedio del 4 por ciento ofrecido por el actual gobernante, o mínimo para recobrar el nivel que se tenía en el 2018. La encrucijada del país se acentúa por la febril actividad gubernamental para instituir un nuevo proyecto de nación, sin embargo, se oyen voces de preocupante alerta respecto a sus efectos. Hay quienes desean el cambio y quienes sin rechazarlos advierten los riesgos de su implementación. Toda esa coyuntura está condicionada a los resultados electorales de junio próximo, porque, ciertamente, ninguna otra elección intermedia reunía las características trascendentales de la actual.