En las últimas semanas el Presidente ha traído a su discurso polarizador el tema de su propia sucesión en 2024, como si tres años antes ya estuviera pensando en el momento de su salida.
Lo mismo para tratar de convencer de que no tiene interés en intentar una reelección, a partir del controvertido e inconstitucional experimento Zaldívar en la Corte, que para asegurarse de que sus enemigos, “los conservadores” no puedan desmantelar los programas, obras y herencias de su “Cuarta Transformación”, a Andrés Manuel López Obrador se le ha escuchado hablar, en público y privado, del fin de su Presidencia.
“Yo por eso creo que ya pronto ya no vamos a ser necesarios, ya por eso el 24 me voy a ir tranquilo, si me lo permite la gente y si me lo permite el creador que yo llegue hasta el 24, me voy a ir tranquilo porque ya vamos a dejar arreglado todo”, dijo el Presidente en su conferencia mañanera del pasado 15 de abril.
Por esos mismos días, según cuentan testigos que lo escucharon, López Obrador sorprendió a sus colaboradores en una reunión de gabinete, de las que sostiene todas las mañanas en Palacio Nacional.
El Presidente estaba hablando en uno de sus largos soliloquios, como suele hacerlo casi siempre en esos encuentros de trabajo, cuando de pronto soltó una frase que hizo que todos los asistentes dejaran sus apuntes y voltearan a verlo atentos: “Tenemos que ver qué pasaría después de 2024, que nadie pueda desmantelar nuestro trabajo.
Por ejemplo, el Tren Maya, yo dudo mucho de que alguien pueda cancelarlo, ni la Refinería de Dos Bocas o el Aeropuerto ‘Felipe Ángeles’. Los programas sociales no me preocupan, ésos no se atreverían a tocarlos, y yo no creo ni que Claudia, ni Marcelo o Ricardo tocarían ninguna de mis obras, pero hay una que sí me preocupa porque podrían echarla para atrás, que
es el Tren Transístmico, ésa sí me preocupa”, dijo el Presidente ante la mirada atenta de quienes lo escuchaban.
Y de pronto, tras una breve pausa y habiendo ya mencionado, en ese orden, a los tres que ve como posibles sucesores de su partido, la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, el canciller Marcelo Ebrard y el senador Ricardo Monreal, el Presidente volteó hacia donde estaba sentado el secretario de Hacienda, Arturo Herrera, y le soltó a quemarropa: “¿Tú por ejemplo, Arturo, qué harías con las obras que estamos haciendo, las quitarías o las continuarías?”, la pregunta de botepronto tomó por sorpresa a Herrera, quien apenas intentó balbucear una respuesta ante la sorpresa de que el Presidente lo haya mencionado entre sus prospectos para la sucesión.
La escena que narran quienes la escucharon ilustra bien cómo el Presidente está pensando en lo que viene en la segunda parte de su mandato, no sólo hasta 2024 sino lo que ocurrirá el próximo 6 de junio: el riesgo real de que Morena no alcance la misma mayoría absoluta que ahora tiene en la Cámara de Diputados.
Eso explica en parte la batería de iniciativas que ordenó a sus bancadas de Morena en ambas cámaras, incluidas aquellas que, de manera consciente mandó a aprobar a sabiendas de que desatarían no sólo fuertes polémicas y debates, sino varias guerras jurídicas y de constitucionalidad.
El Presidente y sus asesores saben bien que algunas de esas leyes las van a perder, pero también apuestan a que en otras puedan lograr la legitimación de constitucionalidad de la mayoría de
ministros de la Corte.
Es claro que las evocaciones y reflexiones que hace López Obrador sobre la posible continuidad de su proyecto no son ni delirios ni ocurrencias, sino un plan bien trazado en el que, echando mano de un poder cada vez más absoluto, ya sin tapujos ni rubores, el Presidente va por todo y, con o sin mayoría después de los comicios, está decidido a terminar de sentar lo que llama “las bases” de su “transformación” y para ello cuenta con aliados que ya son incondicionales como el ministro presidente de la Corte, Arturo Zaldívar.
Empecemos a llamarle a las cosas por su nombre.