Rolando Cordera Campos
De un lado a otro del orbe, muchos pensadores se cuestionan por el tipo de recuperación que puede darse a partir de la economía política donde se gestaron la Gran Recesión de 2008 y la profunda caída de 2020. Parece no solo indicado sino necesario redescubrir las dimensiones morales y de valores que Keynes y los suyos, junto con los constructores de los Estados de Bienestar de la postguerra, pensaban fundamentales si de lo que se trataba era de realizar una profunda reforma del capitalismo, maltrecho como estaba tras la implosión que en 1929 llevó al mundo al borde de la más devastadora autodestrucción humana y material, política y económica.
La consigna de que “aquello” no se repitiera, de ninguna manera fue una mera invención publicitaria. Detrás tenía el peso de la enorme dislocación productiva y del empleo causada por la Gran Depresión, así como la pérdida masiva de vidas fruto de la Segunda Guerra. En medio, por así decirlo, también estaba presente la memoria del desplome de las democracias liberales europeas y lo que quedaba de los viejos imperios, así como el ascenso de los fascismos y sus similares de la época, con su carga de racismo y antisemitismo criminal y su mensaje de dictadura implacable y demoledora de toda institución liberal o benefactora.
Aquello fue, en efecto, infernal, como lo transmitieron con cautela los refugiados españoles, judíos y de otras latitudes que encontraron alivio en las Américas y, en especial, en nuestro país. La Organización de las Naciones Unidas fue vista entonces como “la Gran Promesa” de un mundo libre del miedo de las guerras y del espectro del desempleo masivo y de la miseria que embargaba a buena parte de la población del planeta, “la carga del hombre blanco” que dijera nada menos que Kipling.
Con el permiso de Zweig, nosotros podemos decir que aquel “mundo de ayer” es nuestro; poblado de instituciones comprometidas con la paz y el desarrollo, lo fue también del despliegue de equilibrios ensombrecidos por la bipolaridad y su guerra fría; siempre, en la frontera de la autodestrucción masiva. Escenarios de un pasado tremendamente actual, nos informan de la enorme dificultad que el mundo de hoy tiene para volverse el de mañana.
Por lo pronto, tenemos que volver la vista a lo inmediato: la lentitud de la recuperación económica que, como lo recuerda “La Voz de la Industria” en su reciente entrega, lo es también del empleo. También, a lo que acontece aceleradamente en Estados Unidos de América, donde su presidente Biden llama a otra gran transformación, que no solo emule la de Roosevelt y su Nuevo Trato, sino que pueda superarla por la calidad y extensión de sus proezas.
Un “nuevo trato verde” es un llamado a sumar fuerzas, recursos y voluntades globales para controlar el cambio climático, modular la mudanza energética más intensa de la historia y recuperar la economía desde abajo, con su redención laboral y la superación de la desigualdad acumulada en las últimas décadas.
Éste es, me parece, el horizonte que señala un mundo de desafíos mayores, existenciales, que se quiere conquistar con hazañas reconstructivas e innovadoras donde la ciencia y la tecnología, los científicos y los técnicos, ocupen un lugar central en el proceso de discusión y toma de decisiones, en paralelo a las medidas del rescate y la reconstrucción en curso.
No se trata de “ser como ellos”, vieja y gastada conseja que no pasó de Houston, o la “taco towers” de San Diego. Lo que está en juego es la confección de una nueva visión que, sin renegar de lo existente y construido en largos y tortuosos periodos, nos permita unificar perspectivas tendentes a erigir un mundo seguro y próspero, que solo puede serlo si es justo.
La construcción sostenida de un auténtico Estado Benefactor; de una reindustrialización que mire hacia adelante y de una economía política capaz de plantear(se) los caminos de una efectiva integración de América del Norte para, desde ahí, formar parte de la redefinición global de la globalidad; esto y más debería empezar a ser parte de los apuntes de una deliberación nacional que deje atrás la discolería y las mini fantasías de unas elites que ni siquiera aciertan en la redefinición de la nueva arena de la disputa por la nación.
Con la industria en el corazón y la equidad para la igualdad en el alma, como lo convocaran Prebisch y su legión desarrollista, es hora de la igualdad. De crecer para igualar e igualar para crecer como insistentemente lo recuerda la CEPAL.