Si de algo sirven los “debates” entre candidatos a cargos de elección popular, según el formato actual, debe ser para que sean conocidos por un mayor número de personas y para expresar más que sus planes y programas sus deseos de lo que se debiera hacer, porque en realidad poco de lo expuesto podrían llevarlo a cabo. Pero el auténtico debate no se ha dado entre los candidatos sino entre la ciudadanía, más polarizada que nunca. Hay preocupación e interés por el rumbo a seguir de la cosa pública, y esto genera presión sobre gobernantes y políticos, pues se sienten cada vez más observados y sus acciones cuestionadas. En la sobremesa familiar o en la tertulia cafetómana el comentario es monotemático: la materia política, eso es señal positiva, aunque lleva inherente fuertes dosis de polarización; los unos porque son beneficiarios “del cambio” (becarios, siervos de la nación, sembradores de vida, pensionados del “bienestar), otros porque están desempleados o sus ingresos resultan insuficientes para el diario sustento. Allí está el auténtico debate: Morena o sus contrarios.