Sigo viendo en la red un número preocupante de videos llenos de falsedad en los que personas de aspecto serio y entradas en edad -como para infundir mayor confianza- advierten sobre “el peligro mortal que representan las vacunas” e insisten en que esto del coronavirus no es más que un terrible proyecto montado sobre la idea de que un grupo de poderosos ha decidido reducir drásticamente la población mundial, “porque ya somos muchos y el planeta no aguanta a tantos” (los favoritos en ser mencionados son Bill Gates, dueño de Windows; Mark Zuckerberg, padre de Facebook; Jeff Bezos, propietario de amazon.com, y Elon Musk, el mago de los autos eléctricos, que son los hombres más ricos del planeta). Así, estos millonariazos habrían creado el SARS-Cov-2 para que se encargara de matar unos dos mil o tres mil millones de terrícolas, de modo que dejaran mayores espacios para la convivencia y los sobrevivientes pudieran vivir más cómodamente en el planeta.
Hay otra versión también bastante difundida de que los verdaderos culpables del coronavirus son los grandes laboratorios farmacéuticos, que idearon un plan para vender cantidades millonarias de vacunas y hacer el mejor negocio de la historia.
Bueno, y hasta existe una tercera fakenews que culpa a los gobiernos de los países imperialistas de crear terror entre la población y encerrarla en sus casas para poder ser más fácilmente dominados y sojuzgados mentalmente.
Mientras los científicos de todo el mundo están generando investigaciones exhaustivas y dan una batalla frontal contra el virus más peligroso que hemos enfrentado en la época moderna, muchos charlatanes -ésos sí- están obteniendo grandes ganancias con la venta de productos milagrosos, ofrecidos sin ningún fundamento que sea avalado por la ciencia médica o reconocido por las revistas especializadas de prestigio, que se encargan de difundir información certificada respecto de los avances de la lucha contra el coronavirus.
Muchas personas ignorantes y/o necias están cayendo en la trampa de la desinformación y están tomando decisiones tan erróneas como peligrosas, como es la de no aplicarse las vacunas salvadoras, o no usar cubre-bocas, o no guardar la sana distancia, o no permanecer lo más posible en resguardo domiciliario.
Mientras en casi todo el mundo se trabaja para aplicar vacunas al mayor número de personas (y digo “casi” porque hay deshonrosas excepciones), los farsantes pretenden hacer su agosto medrando con la ignorancia de la gente.
En pleno siglo XXI hay millones y millones de personas que apriorísticamente no creen en los avances científicos de la humanidad, aunque bien que los aprovechan, y con su actitud están creando condiciones para que el contagio se extienda con mayor celeridad.
Si usted es de los que no creen en la ciencia, créale cuando menos al papa Francisco, que ruega permanente a los fieles católicos y a todos los seres humanos que se vacunen, por el bien del prójimo y por su propia vida.