En una escena muy poco usual en el presidencialismo mexicano —que además confirma que en Palacio Nacional últimamente están actuando más por emociones que por raciocinio— ayer el presidente cerraba su larga alocución en la conferencia mañanera, con una remembranza de sus días de dirigente opositor en Tabasco cuando de pronto se puso sentimental al recordar que “nosotros siempre fuimos espiados” y mencionar que en su casa de Villahermosa siempre había hombres vigilando a sus hijos y a su esposa, además de un helicóptero que le mandaba el entonces gobernador y su rival político, Roberto Madrazo.
Así recordaba Andrés Manuel las épocas en que sufrió persecución y acoso del gobierno y exaltaba a sus hijos que, insiste, “no tienen ninguna influencia en el gobierno”. La paradoja es que en esa misma conferencia, donde casi suelta el llanto al recordar el acoso y hostigamiento a su familia, el mismo Presidente arreciaba sus ataques contra el periodista Carlos Loret pidiendo al INAI que le dé información “de los bienes e ingresos, suyos y de su familia” o que los comisionados de transparencia le digan si puede utilizar “facturas y documentos del SAT” para exhibir los ingresos de ese y otros periodistas críticos hacia su gobierno, a los que se refirió como “golpistas” y “traidores a la Patria” y dijo que también va a exhibir cuánto ganan por su trabajo en empresas privadas.
Y ¿entonces? ¿Cómo es que el mismo personaje que acusa haber sido víctima del acoso y ataque desde el poder ahora se transforma y anuncia que esta vez será él quien acose y ataque, con los instrumentos del poder y del gobierno que hoy representa, a sus críticos y opositores?
Esa metamorfosis de Andrés Manuel López Obrador, que pasó de víctima a victimario con su asunción al poder, explica bien por qué el suyo ha sido un gobierno que en tres años ha polarizado, confrontado y dividido tanto a los mexicanos y por qué la “transformación” que tanto pregona el actual gobernante, parece más nutrida del resentimiento y de la venganza sectaria, que de la justicia y el desarrollo para todos los mexicanos.
Así, el escándalo que desató la lujosa vida de su hijo José Ramón López Beltrán y el conflicto de interés en que incurrieron él y su esposa al vivir en una mansión propiedad de un alto ejecutivo de la contratista del gobierno federal, Baker Hughes, está haciendo cada vez más visible la dualidad de personalidad y el doble rostro que siempre ha tenido López Obrador, cuya vocación principal siempre fue más de mártir y víctima, que de estadista.
Y hoy que el Presidente está tan emocional y enojado, es fácil advertir que si bien en su pasado de líder social opositor y disruptivo, que llegó a ser acosado y perseguido por los poderosos (algo que repite tanto que hasta se compara con Jesucristo), lo colocó durante muchos años en el papel de víctima, hoy su presente de presidente todopoderoso, además adulado y adorado hasta la ignominia por sus colaboradores y hasta por los gobernadores de su partido, lo vuelven un victimario implacable con los que disienten y critican a su gobierno, tanto los opositores como los periodistas que ejercen su derecho a la crítica y a la libre expresión, a los que López Obrador confunde y echa en el mismo saco demagógico al llamarlos a ambos “golpistas y traidores a la Patria”.
¿No será que el inquilino de Palacio, erigido ahora en verdugo que busca exhibir y llevar a la picota a los periodistas críticos a los que les ha declarado la guerra, es realmente el golpista que está atropellando y censurando a la democracia y a la libertad de prensa y el verdadero traidor a una Patria a la que quiere convertir en una dictadura en la que criticar y cuestionar al poder significa enfrentar al aparato del Estado y quedar vulnerable ante el zarpazo de un presidente autoritario y que violenta la ley y los derechos de sus gobernados?…Los dados mandan Capicúa. Repetimos el tiro.