jueves, noviembre 21, 2024

Confianza, depresión y pandemia

La civilización comenzó el primer momento en que un hombre enojado lanzó una palabra en lugar de una roca

Sigmund Freud

Sin duda, la pandemia ha generado que las cosas materiales vuelvan a ser lo que son: instrumentos del progreso humano, sin valor intrínseco. Lo anterior, es una situación que escribí precisamente hace dos años, donde más allá de mi fascinación por los contextos sociales, lo estudio como un elemento terapéutico -personal- al tiempo de que lo considero, como algo importante de analizar, ya que nos hallamos en un momento que viene a romper el arquetipo de los últimos X Siglos, me refiero a que el Internet y la vorágine de consumo representada a través de imágenes intensifica patrones emocionales.

No puedo dejar de lado que el aumento de consumo de internet en la pandemia es un hecho inobjetable, principalmente consolidando, lo que los estudiosos llaman Phono Sapiens; para muestra de ello, es que en la actualidad la principal red social consumida es Tik Tok, en la cual se presenta la tentadora idea de que el humano del futuro solo juegue y disfrute, es decir, de que no tenga preocupaciones.

Dicho cambio no acude sin impactos en la psique, la mayoría de las personas que ahí se expresan pertenecen al 1% del ingreso mayor, es decir, lo que uno ve y lo que vive distan enormemente, la sociedad del entretenimiento pende su satisfacción del consumo, que para los países Latinoamericanos implica la brecha más alta de desigualdad del hemisferio.

Lo anterior, ha sellado una nueva historia fáctica, que busca explicar el clima ascendente de masas que viven bajo el agobio, irritadas, solas, agresivas y a la defensiva como consecuencia de la exclusión de consumo o por falta de acceso a satisfactores gregarios causantes de depresión.

Como muestra de ello, tenemos las cifras recabadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS), las cuales destacan que la depresión constituye un problema importante de salud pública, más de 4% de la población mundial vive con depresión y los más propensos a padecerla son las mujeres, los jóvenes y los ancianos.

El informe, menciona que, en el mundo, este trastorno representa la cuarta causa de discapacidad en cuanto a la pérdida de años de vida saludables.

En México, ocupa el primer lugar de discapacidad para las mujeres y el noveno para los hombres. Además, se estima que 9.2% de la población ha sufrido depresión, que una de cada cinco personas sufrirá depresión antes de los 75 años y que los jóvenes presentan tasas mayores.

Típicamente, la OMS menciona que la depresión se caracteriza por la presencia de tristeza, pérdida de interés o placer, sentimientos de culpa o falta de autoestima, trastornos del sueño o del apetito, sensación de cansancio y falta de concentración. Este trastorno puede llegar a hacerse crónico o recurrente y en su forma más grave, puede conducir al suicidio.

A pesar de lo anterior y de que las se han implementado medidas de protección y de sana distancia que se han vuelto parte de nuestros días, los efectos físicos y emocionales en la pandemia siguen siendo considerables; evidencia de ello es que el número de suicidios en niños y adolescentes de ambos sexos en nuestro país alcanzó la cifra récord de 1,150 casos durante la pandemia, lo que implica un aumento de 12% comparado con 2019.

Atendiendo ese síntoma, para el caso de México, El Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) documentó que 34.85 millones de personas se han sentido deprimidas; de las cuales 14.48 millones eran hombres y 20.37 millones eran mujeres. También, destaca el hecho que del total de personas que se han sentido deprimidas, únicamente 1.63 millones toman antidepresivos, mientras que 33.19 millones no lo hace.

Si a ello le sumamos el debilitamiento de la confianza por el entorno y, por las relaciones con nuestros afectos, mismas que juegan un rol de incertidumbre que puede llevar a la depresión. Este es el problema más urgente al que se enfrenta América Latina y el Caribe y, no obstante, el menos debatido. Es el elemento que subyace a innumerables interacciones esenciales en las sociedades sanas.

Llevándolo al escenario político, en el cual todo lo particular anida, los votantes eligen a los candidatos que, en su opinión, cumplirán las promesas electorales; las empresas invierten e innovan esperando que los gobiernos no impongan impuestos confiscatorios si la innovación tiene éxito; los empleadores pagan a los trabajadores aunque no puedan estar completamente seguros de los esfuerzos de esos trabajadores, y estos llevan a cabo su labor esperando que se les pagará; los compradores confían en que los vendedores proporcionarán bienes y servicios de calidad, y estos brindan dichos bienes y servicios hoy, con la certeza de que se les pagará en el futuro; los inversionistas confían su capital a los managers de las empresas; los ciudadanos proporcionan información a la policía, de la que dependen para su protección; las personas se vacunan y toman los medicamentos recomendados por los médicos, de los que dependen para una vida sana.

Lo anterior se deriva del estudio “La confianza. La clave de la cohesión social y el crecimiento en América Latina” y el Caribe Editado por Philip Keefer y Carlos Scartascini   y  se menciona que cuando la confianza está ausente de estas interacciones, la sociedad y todos sus miembros sufren; la política es inestable, la calidad de las políticas públicas se deteriora, el crecimiento económico se desacelera, y la equidad social y el bienestar individual disminuyen llevando a la depresión, si uno fuera más consciente de ello -quizás- habría mayor gobernanza colaborativa para el bienestar verdadero de las personas.  

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