lunes, abril 15, 2024

Desde el pantano

Rolando Cordera Campos

febrero 10, 2022.- Nuestro problema principal vuelve a ser el sustento de la vida material. Como lo escribió el amigo y colega León Bendesky este lunes: “El factor y sustento material se esta haciendo cada vez más reducido, ineficaz e improductivo. El efecto es ya muy costoso socialmente, será cada vez más oneroso y duradero”. (“El sustento material”, La Jornada 07/02, p.15).

Las carencias se han ampliado y agudizado para plantear un panorama inesperado de escasez primaria no solo de alimentos y de algunos medicamentos, sino de servicios básicos, primordiales:  la salud y la educación.

¿Qué podemos y debemos hacer? El sentido común indica “empezar por lo básico” que, como hemos tenido que aprender costosamente, no es el mercado, nunca lo ha sido, sino la cooperación social y la reciprocidad hasta llegar a un Estado solidario del que la sociedad, desde sus cúpulas, renegó desde hace décadas. La cooperación tendría que ser vista como una recuperación, acaso osada, de algunas añejas prácticas que, en parte, forjaron tradiciones para la organización económica, pero, sobre todo, para la configuración y comportamiento del Estado.

No se trata de volver atrás, conviene seguir enfatizándolo, sino de traer algunos pasados a “valor presente”, como diría cualquier osado financiero, para emprender la dura e ingrata tarea de refundar las instituciones miliares del Estado y darle a la economía un sentido del que infortunadamente se le ha despojado en estas décadas tristemente festejadas del libre comercio.

Esta reconstrucción tiene que ser concebida como un camino seguro y promisorio. De aquí la importancia, entre otras razones, de contar con una política inspirada en principios probados de congruencia y honestidad, a la vez que de claridad de propósitos y de compromisos firmes y expresos con las reglas democráticas acordadas por todos.

Varios simpatizantes del presidente buscaron que el Plan Nacional de Desarrollo fuese inspiración del gobierno y del presidente. No fue el caso. El proyecto elaborado en la Hacienda encabezada por Carlos Urzúa, topó con una proclama presidencial mal escrita y peor pensada por algún amanuense de Palacio. Se renunció a concebir el desarrollo como misión humana y política y en su lugar se dio curso a una invitación a ver la irracionalidad como práctica de Estado.

Nada de esta problemática nos era ajena, ni en discurso ni en propósitos, en particular cuando el país entró en la fase de construcción democrática que prometía que la transición iniciada años atrás llegaría a buen puerto. Los votos contaron y se contaron, legitimando un proceso político novedoso, aunque expuesto a todo tipo de abusos retóricos y triquiñuelas, heredadas y bien cultivadas en el régimen presidencial autoritario que todos decíamos querer dejar atrás.

Se abrió paso así la alternancia de partidos en la presidencia de la República que fue vista y entendida por muchos actores, organizados y no tanto, de lo que prometía ser, en efecto, una nueva política.

Los saldos en materia de probidad de la gestión pública difundidos por el candidato AMLO, dieron mucho para lamentar, escandalizar, renegar. ¿Cómo pudo darse tal abuso, tan ignominioso tráfico de influencias y enriquecimientos? ¿Qué pasó para que la mayor parte de esas truhanerías pasara de noche frente a una ciudadanía que daba sustento al nuevo régimen? Preguntas que alimentaron el intercambio político electoral del 2018 y llevaron a millones a apostar por un cambio de timón y estafeta, sin tocar instituciones básicas e imprescindibles para sostener y reproducir el pluralismo logrado.

Y seguimos en esas, aunque el Presidente insista en que no hay más ruta que la suya para atender los reclamos del pueblo. Pero tanto los datos de su gestión como los de la economía lo ponen en entredicho, lo que ha empezado a reflejarse en las encuestas de aprobación y popularidad presidenciales más recientes. Para no volver al discurso de muchos de nosotros de que con los supuestos, principios y cimientos de la economía no puede haber bienestar ni protección generalizados, mucho menos horizontes creíbles y concretos de igualdad, respeto y garantía de los derechos fundamentales.

En nuestras condiciones, remendar parece inevitable, pero hay que hacerlo solo en la medida en que los remiendos sean inscritos, desde ya, en la empresa mayor de reconstrucción de instituciones y tejidos, de redefinición del rumbo del desarrollo nacional. El gran reto es hacerlo desde un ambiente deliberativo y comprometido con el respeto y la ampliación de la democracia, misión colectiva y obligación para el Estado y quienes lo encabezan.

En esta empresa no puede haber pausas ni salidas disuasorias: en ella se juega la posibilidad de evadir un empantanamiento pernicioso que puede destruir no solo lo que aún queda en pie sino cortar de golpe las esperanzas de muchos.

La disyuntiva se ha vuelto crucial, la idea de vivir en una encrucijada resulta un abuso del eufemismo. El gobierno y su coalición deben responder pronto frente a una economía estancada y una política que arrincona, antes de convertir su credo en reclamo de aceptación de una ciudadanía que cada día da menos crédito a sus prédicas y pendencias. Un desperdicio.

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