Después de más de un mes de haberse publicado la “casa gris” donde vivió en Houston su hijo José Ramón, el presidente Andrés Manuel López Obrador no sale de la crisis emocional que le produjo el escándalo. En todas estas semanas, su humor ha estado tan irritable, frecuentemente explosivo, que están sucediendo dos cosas en Palacio Nacional. Por un lado, para evitar que se enoje más, le están dosificando la información. Y por el otro, en muchos sentidos ha dejado de gobernar.
Temas de alta relevancia para el discurso contra la corrupción los dejó en el aire durante semanas al no recibir al fiscal general, Alejandro Gertz Manero, quien quería informarle del estatus del caso de Emilio Lozoya. Finalmente hace unos días el Fiscal le pudo informar que el caso había colapsado, y que no había podido aportar pruebas de sus imputados, que respaldaran sus dichos. El Presidente le pidió que mantuviera la investigación de Anaya, que quiere sea uno de los temas de la campaña presidencial en 2024, aparentemente sin escuchar lo que le acababa de decir Gertz Manero: el caso de Lozoya se cayó, por lo que, por los delitos que persiguen al excandidato del PAN, no podrían encarcelarlo. Para mantener sus deseos, se tendrían que inventar otras acusaciones.