viernes, abril 19, 2024

El valor de no estar de acuerdo

La polarización de la vida pública ha alcanzado tal grado de intensidad que la (pseudo) información disponible parece tener el único propósito de dar cuenta solo de aquellos hechos que puedan nutrir las pasiones: de los que apoyan a la Cuarta Transformación o la de aquellos que están en su contra. Una y otra parte parecerían divulgar única y exclusivamente la información destinada a respaldar una posición política o, si se quiere, un estado emocional. Este lunes escuchamos a Andrés Manuel López Obrador describir en la mañanera un país en el que la inseguridad está siendo abatida, el empleo va en ascenso, la economía en franca recuperación y la corrupción ha sido desterrada (con pañuelito blanco al decirlo). En suma, un país diametralmente opuesto al que arroja la revisión, este mismo lunes, de la mayor parte de la prensa, de las columnas políticas o los programas de radio: un inventario de solo aquello que no funciona, es insuficiente o contradictorio en el gobierno de AMLO. Entre estas dos visiones cada vez resulta más difícil para la opinión pública hacerse de una idea cabal de lo que realmente está sucediendo en México. Un observador que recién llegue al país podría pensar que estamos viviendo tiempos de bonanza y transformación como nunca antes habíamos experimentado, si solo escucha las transmisiones de Palacio Nacional; o llegaría a la conclusión de que México es una sociedad a punto de sufrir un colapso económico y sumirse en la ingobernabilidad, si se atiene a lo que informan algunos periódicos. Atrincheradas cada cual en los datos que justifican su visión y eliminando todo lo que no quepa en ella, hace rato que ambas partes dejaron de considerar los argumentos del otro, aunque sea para rebatirlos. Resulta mucho más fácil ignorarlos porque, en última instancia, el que los esgrime es descalificado en tanto que obedecen a la obcecación de un hombre autoritario y limitado, si se trata del Presidente, o a la corrupción y abyección de los conservadores, si se trata de sus adversarios. Para no ir más lejos, los comentarios que recibirá esta columna, como los de cada semana, consistirán en acusaciones sobre mi supuesto entreguismo a López Obrador porque habría considerado que, pese a todo hay aspectos positivos o, por el contrario, de traidor porque me atrevo a criticarlo. Rara vez me encuentro una discusión sobre las ideas o argumentos vertidos, resulta mucho más sencillo descalificar al autor. Por todo lo anterior cada vez valoro más los pocos espacios de información y análisis que aún hacen un esfuerzo por considerar las razones que provienen de las dos aceras que flanquean la vía pública, incluso si se encuentran parados en una de ellas. Tal es el caso de aquellos que siendo empáticos con muchas de las posiciones y aspectos del proyecto de cambio social del obradorismo tienen el valor y la honestidad moral de señalar aquello con lo que no están de acuerdo. Con enormes matices entre sí, mismos que escapan a los límites de este texto, podría señalar a Julio Hernández Astillero, Sabina Berman, Alejandro Páez y Álvaro Delgado, Eduardo Huchim, Jairo Calixto Albarrán, Blanca Heredia, Viridiana Ríos, Hernán Gómez. Más próximos a la acera opuesta, y no necesariamente con la casaca conservadora, pero sí con una preocupación constante por lo que consideran excesos y peligros de las propuestas obradoristas y/o su manera de aterrizarlas, habría que señalar a autores e informadores que, pese a su criticismo, han sido capaces de reconocer una y otra vez la necesidad del cambio impulsado por el Presidente e incluso algunos de sus aciertos. Bajo esa consideración suelo leer a Enrique Quintana, Martha Anaya, Ricardo Raphael, Alejandro Hope, René Delgado, Héctor Zamarrón, Javier Solórzano, Denise Maerker, entre otros. Pese a la precariedad de esta lista y las muchas insuficiencias, es importante reconocer el trabajo de ellas y ellos, y otros periodistas similares, porque han resistido el embate de la crítica de activistas, militantes y redes sociales para los cuales constituye una traición todo lo que no sea una adhesión incondicional a sus banderas. No es que sean objetivos, porque ninguno lo somos, sino que la subjetividad de cada cual y pese a la opinión que nos hayamos formado de la polarización que divide al país, hay un deseo explícito por construir puentes, en mantener una conversación abierta, en entender el argumento de la otra parte sin descalificar la reputación del adversario aun cuando no se coincida con él. Se trata de una lista que desde luego no es exhaustiva y seguramente deja de lado muchos otros casos que habrían sido dignos de señalar. Los mencionados responden a lo casuístico y personal en la manera en que cada cual frecuenta algunos espacios de información y no todos, obviamente. Si el lector tiene otros casos en mente, se agradecerá compartirlos. En el ambiente crispado que parecería no dejar espacio más que a engrosar las filas de uno de los dos bandos irreconciliables, me parece que habría que reconocer a los pocos que sin perder su espíritu crítico, asumen que la tarea de un periodista profesional no es intercambiar misiles que destruyen puentes, sino todo aquello que pueda construirlos pese a nuestras diferencias. El valor de no estar de acuerdo con todos los que se han entregado en brazos del desacuerdo.

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