Amo de las percepciones, Andrés Manuel López Obrador es el presidente que más impunidad ha tenido en la opinión pública mexicana porque es quien más ha cautivado con su palabra religiosa, su prédica de amor a los pobres y, sobre todo, porque la realidad finalmente se alineó con su discurso de la desigualdad y contra la corrupción. De ahí la alta aprobación presidencial, empapada en la abulia a su ineficiencia y falta de resultados.
Pero eso que sucede afuera de Palacio Nacional es muy diferente a lo que se está viviendo adentro, donde podría caracterizarse como una caldera en ebullición.
No han sido buenos días para el Presidente, y empeoraron al difundirse videos de dos de sus hijos, que lo ha enfurecido pese a que sabía desde hace semanas que iban a comenzar a aparecer materiales sobre ellos. El Presidente se enteró por el general Audomaro Martínez, director del Centro Nacional de Inteligencia, cuyos agentes descubrieron la existencia de los videos y la intención de difundirlos, pero no pudieron frenarlos, pese a que los estuvieron rastreando varias semanas en las redes sociales.
Estaban convencidos de que tenían que ver con otro hijo, recibiendo dinero, pero no estaba en el radar que se iba a tratar de la revelación de una residencia en Houston en donde vivía su primogénito, y otro en donde aparecía su hijo menor bailando reguetón junto a la alberca de la casa. No sería esto un escándalo de no estar en las antípodas del discurso moral del Presidente, y compararse con sus palabras como opositor contra el expresidente Enrique Peña Nieto, cuando se supo de la llamada casa blanca, donde afirmó que era producto de la corrupción.
La casa de Houston, sabemos ahora, era propiedad de Baker Hughes, una empresa petrolera con contratos con Pemex, y que en el pasado ha enfrentado problemas de corrupción globales.
Los videos, que forman parte de una serie de materiales que se han difundido de manera regular desde agosto de 2020, golpean por debajo de la línea de flotación del Presidente, porque representan todo lo que dice no ser y lo pintan igual que sus antecesores. Si bien su difusión no ha impactado en su aprobación, sí lo ha afectado en lo personal. Enfurecido, como lo han descrito en los últimos días, ordenó que se contuviera el impacto en redes sociales, lo que fue imposible. La guerra digital que se vivió entre el 26 y el 28 de enero la ganó el periodista Carlos Loret, que reveló en el portal Latinus, en una colaboración con Mexicanos Contra la Corrupción, la casa de Houston, según la empresa Euclidean Distance Analysys Group, que analiza las redes sociales.
En esa guerra de 39 horas, Loret dominó la conversación con un 26.79% del tiempo, contra el 15.67% que tuvo el videodocumentalista del Presidente, Epigmenio Ibarra, que encabezó la fuerza de contención. En la trinchera de Loret se sumó el actor Chumel Torres, pesadilla para el Gobierno y sus gatilleros cibernéticos, con 10.05%, seguido de Joaquín López Dóriga -a quien el Presidente acusa hasta de lo que no hace-, con 8.06%. Ninguna otra cuenta relevante del Gobierno figuró en apoyo de la defensa de los hijos del Presidente.
López Obrador y su jefe de propaganda, Jesús Ramírez Cuevas, saben muy bien cómo la utilización de las redes sí puede llegar a generar, con consistencia y foco, un cambio en la opinión pública, y generar un rencor que pueda traducirse en apoyo electoral. Lo trabajaron por años contra del expresidente Felipe Calderón, y les funcionó perfectamente contra Peña Nieto. Aún no horadan el blindaje de López Obrador las revelaciones familiares, pero debe sentir que se está erosionando, porque sus instrucciones fueron encontrar una solución definitiva contra las revelaciones de Loret y la crítica en los medios. Qué significa esto, no está claro, pero avizoran tiempos difíciles.
El enojo del Presidente provocó situaciones que afectan su gestión e imagen, como la falta de respuesta a las crecientes críticas por el rechazo a vacunar a los menores contra la Covid-19, que lejos de aprovechar la oportunidad y utilizar como fusible al subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell, sin decirle a nadie lo defendió ante el asombro de sus colaboradores en la mañanera del viernes. Resultó peor. La respuesta que dará el Gobierno se enfocará al campo mediático, pese a que sistemáticamente Ramírez Cuevas ha mostrado sus limitaciones. Los ataques, insultos y linchamientos en las redes sociales, que es lo que hace, no evitan las muertes. ¿Hasta cuándo se dará cuenta el Presidente?
Nunca con López Obrador, porque sólo piensa en él. Quedó claro en Palacio Nacional con su respuesta sobre el asesinato de la periodista Lourdes Maldonado, donde se enfocó en tratar de comparar la violencia contra el gremio en gobiernos anteriores, o en la defensa de su hijo, donde se equiparó este lunes con Francisco I. Madero, y tergiversó los hechos: en México se conquistó la libertad de expresión durante el periodo que él llama del neoliberalismo, y es él quien está tratando de coartarla. También se notó con el rechazo cortante a la sugerencia del canciller Marcelo Ebrard que rectificara en la designación de Pedro Salmerón como embajador en Panamá, luego que la cancillería de ese país envió una carta con sus reticencias para darle el beneplácito.
Al pésimo estado de ánimo del Presidente se le han sumado las preocupaciones por su salud, lo que también ha alterado la gestión gubernamental al estarle dosificando la información y administrando su agenda y sus citas. En cualquier caso, no parece ni relevante ante los ojos de López Obrador, ni que le importara, porque su tiempo y pensamiento han estado enfocados en las revelaciones sobre las propiedades y lujos de sus hijos. Esa crisis interna no ha trascendido hacia la opinión pública, pero es como un cáncer dentro de Palacio Nacional, donde se está viendo cómo neutralizar antes de que se convierta en una metástasis electoral.