El arranque de año tan difícil que ha tenido el país y con él los mexicanos y también su presidente, entre crisis económica, crisis de salud presidencial, pandemia, revelaciones de conflictos de interés en la vida de sus hijos, violencia desbordada en estados, conflictos diplomáticos con otros países y ahora un jefe de Estado descompuesto y que ataca con su poder y con las instituciones a un ciudadano y contribuyente, que es además un periodista incómodo, obliga a pensar en escenarios que pudieran presentarse ante una ausencia obligada o repentina del titular del Poder Ejecutivo.
Sobre todo, cuando ha sido el mismo presidente López Obrador quien, a partir de su reciente episodio cardiaco, que lo llevó a ser intervenido de emergencia, abrió el tema de su posible sustitución “en caso de mi fallecimiento” y hasta habló de un “testamento político” que ya tiene listo y actualizado “con el propósito de que en el caso de mi fallecimiento se garantice la continuidad en el proceso de transformación y que no haya ingobernabilidad y que las cosas se den sin sobresaltos”. Esas expresiones del presidente, el pasado 24 de enero, dan pie para que, dentro y fuera del gobierno, muchos ya se pregunten ¿qué pasaría de producirse esa falta definitiva y quién ocuparía la Presidencia de la República?
Aunque la ley es muy clara y la Constitución establece, a partir de la reforma de agosto de 2012, un mecanismo claro y puntual en los artículos 84 y 85, lo que no prevé la ley ni podría hacerlo es el comportamiento humano y sobre todo político en una necesaria y urgente sustitución presidencial.
Si López Obrador no ha sido capaz, ahora que aún ejerce el poder, de controlar y evitar que se desaten las pugnas y golpeteos abiertos entre su gabinete y entre las distintas expresiones y corrientes que conforma su partido por la sucesión presidencial anticipada para el 2024 que él mismo adelantó, ¿qué garantiza que un presidente ya fallecido o ausente pueda evitar una guerra civil cruenta e intestina entre los morenistas que no se caracterizan por su institucionalidad ni civilidad política?
Está la idea de que sus dos principales “herederos” en su “testamento político” serían la jefa de Gobierno Claudia Sheinbaum y el secretario de Gobernación, Adán Augusto López. Eso nos lleva a un primer escenario, en el que Sheinbaum y Adán podrían ocupar la Presidencia en caso de muerte o ausencia definitiva del presidente por motivos de salud. ¿Pero quién de los dos terminaría el mandato y quién sería el que buscara la Presidencia en 2024?
Suponiendo que esa fuera la “última voluntad” de López Obrador la decisión, aun tratándose de dos de los más leales y cercanos al presidente, se podría complicar porque en torno a Sheinbaum presionarían los grupos más radicales ideológicamente que la acompañan y la esposa del presidente, Beatriz Gutiérrez Müller, que tiene además de una amistad cercanísima a la jefa de Gobierno, una influencia cada vez mayor en la 4T y en el mismo presidente. Del lado de Adán Augusto estaría, sin duda otra ala importante identificada con el gabinete y con los gobernadores del sureste.
Y es que la relación de la Jefa de Gobierno con el titular de Gobernación no es nada buena, como tampoco tiene buena relación con el resto del gabinete.
Si esos dos que son, una la hija y el otro el hermano de López Obrador en términos políticos, no se ven en los mejores términos y podrían enfrentarse en caso de una presidencia sustituta o una candidatura presidencial, ¿qué pasaría en otros escenarios donde los favorecidos fueran los que no son tan cercanos al ánimo del presidente? De esos escenarios hablaremos mañana en otra entrega.