jueves, abril 18, 2024

El extraño caso de la “izquierda” pro Putin


JORGE ZEPEDA PATTERSON

No son pocos los trasnochados que consideran que en la confrontación entre Ucrania y Rusia está en juego un pulso entre el capitalismo y el socialismo. En consecuencia, inundan las redes sociales con memes y consignas que describen al gobierno de Kiev como genocida y nazi, y acusan a Estados Unidos y sus aliados de ser titiriteros que manipulan a sus peones para poner contra la pared a Rusia. La mayor parte de esta crítica no se atreve a defender la invasión explícitamente, pero reproduce puntualmente los argumentos esgrimidos por Putin para realizarla. Parecería que existe todavía una prensa “anticapitalista” y una izquierda vinculada a la guerra fría, que considera que en toda disputa internacional su deber es ir en contra del Imperio del mal, Estados Unidos, y pugnar a favor de los herederos del socialismo real. 

Y si bien es cierto que en todo esto no hay inocentes sino intereses y que existe mucho de amnesia en el rasgado de vestiduras de Washington, que hace una década fue a Irak a hacer lo mismo de lo que ahora acusa a su rival, también es cierto que considerar al régimen de Putin como un sucesor del socialismo requiere un triple salto mortal cognoscitivo. El ex funcionario de la KGB consolidó su poder en el Kremlin no para rescatar las banderas de los trabajadores, si es que la Unión Soviética alguna vez significó eso, sino para desarrollar un capitalismo de Estado vinculado a una poderosa élite empresarial privilegiada y enriquecida, que a su vez le ayuda a conservar el poder. El uso de los despojos del Estado soviético y la corrupta privatización tienen muy poco que ver con el beneficio de las masas o los trabajadores y sí con la escandalosa formación de una oligarquía. La economía mexicana es ligeramente menor que la rusa; el neoliberalismo y nuestro capitalismo tropicalizado generaron en 30 años 24 multimillonarios capaces de entrar en las listas de Forbes; el régimen de Putin consiguió en menos tiempo colocar a 116 nuevos “empresarios”, es decir, cinco veces más. Se estima que la riqueza acumulada de esta oligarquía equivale a 80 por ciento del PIB anual de Rusia. Y pese a las enormes riquezas de gas y petróleo que favorecen este enriquecimiento de la élite, el PIB per cápita en Rusia cayó más de 50 por ciento entre 2012 y 2020 a precios constantes (de 16 mil dólares a 10 mil en números redondos).

 Así que no, la invasión rusa a Ucrania no es un capítulo más de la confrontación mundial entre la izquierda y la derecha, el capitalismo y el socialismo (o las fuerzas anticapitalistas). En todo caso, se trataría de un encontronazo entre los intereses geopolíticos del capitalismo de mercado y el capitalismo tutelado por el Estado a favor de una oligarquía. Con razón se ha dicho que aunque Putin apele al discurso leninista cuando le resulta conveniente, en realidad sus ambiciones remiten a las pretensiones imperiales de la vieja rusa zarista y su corte enriquecida. 

Segundo, procedente de esta pseudoizquierda, se exhibe en redes sociales una y otra vez videos de los abusos de las fuerzas israelíes contra la población palestina, no como un recordatorio de que hay también otros agravios que no pueden ignorarse, sino como un argumento para debilitar la fuerza de la protesta contra la invasión por parte del ejército ruso. Como si no existieran razones morales para oponerse a la destrucción de ciudades y el asesinato de civiles en suelo ucraniano porque antes se hizo algo similar contra los serbios o los palestinos. Una izquierda genuina, por no hablar simplemente de un sentido humanístico elemental, tendría que ponerse del lado de las víctimas condenadas a la tragedia por decisiones de políticos y militares allá donde suceda. Hoy, esta semana, se encuentra en marcha una ocupación a sangre y fuego que desencadenará el sufrimiento de millones. Al margen de supuestas ideologías o intereses ulteriores de las potencias, es imperativo protestar contra esta infamia.

Tercero, se aduce que el gobierno de Kiev ha hostilizado a su propia población filo rusa en las regiones del este e incumplido los acuerdos de Minsk, que lo comprometían a otorgar mayor autonomía a estas provincias. Y sin duda hay abusos documentados. Pero utilizar tales agravios para justificar que un ejército invasor exija a los ciudadanos de otro país a que abandonen sus hogares para que no sean víctimas de sus bombardeos es pedir demasiado. Exigir a un agresor que no recurra a cuchilladas en medio de una discusión acalorada no significa darle la razón a una de las partes, sino simplemente a considerar inaceptable la liquidación del otro como forma de resolución de un conflicto. 

En otro texto (“los motivos del lobo”) he insistido en la necesidad de considerar los argumentos de Putin, con los que se puede estar de acuerdo o en desacuerdo, pero existen y en tanto los sostenga una de las partes, nunca se llegará a una paz duradera. Sin embargo, eso será para la mesa de negociaciones. En este momento, al margen de la posición ideológica de cada cual, un mínimo imperativo ético tendría que llevarnos a estar contra la ignominia que está cometiéndose contra millones de seres humanos, independientemente del color de su pelo o sus ojos. 

No sé si los gobiernos occidentales que protestan tengan la autoridad moral para indignarse y hablar en nombre de la justicia y la libertad, lo que me queda claro es que todos aquellos que protestaron por las agresiones contra el pueblo palestino, del serbio o de los kosovares tendrían el deber moral de oponerse a la agresión que se ceba con hombres, mujeres y niños ucranianos antes de que sea demasiado tarde. Eso no nos convierte en “cómplices” de Estados Unidos; lo contrario, hacernos omisos ante la agresión masiva a ciudadanos de pie sí nos convierte en cómplices de una tragedia inhumana. 

Desde luego hay mucha desinformación en ambos lados. Agravios exagerados, escenas fabricadas para llevar agua a su molino, heroicidades inventadas. Pero frente al bombardeo de ciudades y el sufrimiento de millones con el argumento de que un gobierno no está de acuerdo con el del vecino, no hay donde perderse, salvo por mezquinos argumentos ideológicos. 

@jorgezepedap

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