No tengo la menor duda, cuando el odio ya se clavó en nuestros corazones es una enfermedad que nos acompaña como consejero silencioso en toda ocasión que tenemos una disyuntiva de consciencia.
Todo empezó con posturas casi ingenuas de enojo que nunca creímos que pudieran convertirse en odio. Los “bien intencionados” usos de los nacionalismos y los colores de piel, los discursos que daban el acento en lo que nos hace diferentes y rechazaban todo lo que nos unía, el pasado como refugio de nuestra grandeza y el futuro como presagio del miedo y la incertidumbre.
Por supuesto que teníamos el derecho a estar enojados, mucho no estaba bien y requería un serio ajuste. Pero otro tanto no estaba tan mal, íbamos por el camino correcto, posiblemente no lo rápido que quisiéramos, pero la ruta y dirección estaban bien. Claro que la desigualdad era terrible, pero nunca antes la creación de riqueza era tan ajena al privilegio estamental de siempre.
Nos enojaba la desigualdad, pero más nos enojaba que otros fueran mejores que nosotros, más rápidos, más inteligentes o más trabajadores. Por eso del enojo pasamos al odio al mejor. Siempre es más gratificantes justificarnos en el odio que en nuestras incapacidades e incompetencias.
Los políticos olfatearon nuestro enojo, lo condujeron al resentimiento y la polarización de la sociedad. Fue así, una vez que alimentaron nuestro resentimiento con nacionalismos ramplones, razas y colores de piel e ideologías radicalizadas que dio inicio al premio y gratificación por obediencia. La obediencia debe ser gratificada y una vez lograda la respuesta adecuada, el odio como comportamiento solo se refuerza.
Claro que temo por el odio, percibo una sociedad muy enojada y muchos ya decantados al odio al que piensa y es diferente. No es solo México, es el mundo, estamos muy enojados y en la polarización muchos encuentran como justificar las mil formas posibles que existen de destruir al diferente. La tolerancia dejó de ser una virtud para convertirse en una amenaza siempre latente de tolerar solo lo que yo considero tolerable en el otro.
El odio nos conquistó, el miedo a todo y a todos está en nosotros, ya nuestros líderes pasaron del señalamiento moral con el dedo flamígero a la acusación de traidores a la patria al que piensa y opina distinto.
El odio siempre encuentra el argumento perfecto para alimentarse a sí mismo, solo escuchamos lo que lo alimenta, solo atendemos al que odia como nosotros. Lo triste es que creemos que al destruir lo que odiamos recobraremos nuestra felicidad. Eso nunca será posible, lo que odiamos está tan profundo en nuestros corazones que ya es inseparable, nosotros mismos somos el odio que queremos destruir.
Así que le bajamos o nos lleva el carajo, no les pido que se amen los unos a los otros, conque no nos odiemos es suficiente.
Dejen de atormentarse por los políticos de su preferencia, no valen la pena.
Ninguno.
A ellos no les importas un carajo.
Jorge Flores Martínez
Twitter: @jorgeflores1mx