Cosas Pequeñas
Juan Antonio Nemi Dib
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Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!,
que una colmena tenía
dentro de mi corazón;
y las doradas abejas
iban fabricando en él,
con las amarguras viejas,
blanca cera y dulce miel.
Antonio Machado
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Desde que me propuse compartir por escrito algunas ideas (no necesariamente útiles y no precisamente innovadoras) siempre tuve clara la necesidad de llamar la atención de los dos o tres lectores masoquistas que pudiera conseguir, sobre las cuestiones cotidianas -las cosas aparentemente pequeñas— que nos pasan desapercibidas aunque generalmente son asuntos relevantes, incluso vitales para la humanidad.
Es verdad que frente a la infinitud de los grandes problemas internacionales, la guerra, los accidentes aéreos, los bamboleos de la economía, la caducidad de las noticias o la normalización del crimen brutal e imparable como parte de nuestra realidad, referirse a la miel como un asunto crítico podrá parecerle a muchos un tema banal. Me imagino, por ejemplo, a los mercenarios de la pluma, a los que venden sus flamantes opiniones a cambio de tres monedas (probablemente menos, en estos tiempos), a los que prostituyen sus infectas médulas, porque almas no suelen tener, riendo alborozados de mis parrafadas melíferas, sabiendo que nadie me va a pagar por referirme a las abejas, cuando podría yo ‘aprovechar’ este espacio para denostar a pedido, para destruir honras, para tratar de exculpar lo indefendible, para sembrar ponzoña y destruir vidas y familias sin consecuencias. Ellos optan por temas venales, como mercaderes ‘premiados’ que son.
Yo me quedo entonces con lo aparentemente banal. Hay que hablar de la miel. Es cosa sustantiva, relevante y lamentablemente, ignorada. Lo que logré indagar, con números gruesos y diferentes fuentes de información, es digno de atenderse y exige que actuemos: se estima que en el mundo hay más de veinte mil especies diferentes de abejas, desde las que miden tres milímetros hasta las de tres centímetros de longitud. En México, habrá un diez por ciento de ellas, cerca de dos mil. Los entomólogos dicen que ante la problemática ambiental (fundamentalmente enfermedades como el “piojo de Varroa”, el cambio drástico de los entornos, el envenenamiento por agroquímicos y otras sustancias artificiales y la “africanización” accidental, la cruza con una especie muy agresiva), es altamente probable que muchas de esas especies se extingan antes de que haya tiempo de identificarlas y realizar su clasificación biológica (taxonomía, diría un purista).
La abeja europea o italiana (apis mellifera) de la que se conocen unas treinta razas diferentes, fue introducida a América por los Conquistadores y en realidad es la gran productora de la miel que solemos consumir. Sin embargo, su principal valor desde el punto de vista biológico es la polinización: al viajar de una flor a otra para sober su néctar, las abejas trasladan el polen que permitirá a árboles y plantas reproducirse. En el mundo, se estima que el reino vegetal se reproduce al menos en 80% gracias al traslado del polen; en México, ése porcentaje sube al 88%. Es verdad que la lluvia, el viento y otros insectos también polinizan, pero la participación de las abejas es determinante en el proceso: chiles, mango, pepino, berenjena, calabaza, frijol, jitomate entre otros muchos vegetales (alrededor de 145 diferentes), sólo existen gracias a la polinización.
La miel es un alimento excepcional de invaluable valor nutricio. Aunque se han identificado más de 300 variedades de ésta, con múltiples sabores, colores, olores y densidades (y dos o tres de estas variedades potencialmente tóxicas para los humanos), prácticamente todas las mieles son riquísimas en hidratos de carbono, muchas vitaminas, minerales y antioxidantes. Hay registros rupestres del uso de miel hace más de seis mil años. Algunas culturas, como la egipcia, la consideraron alimento sagrado; la Biblia hace referencia a la miel en 26 ocasiones (“Panal de miel son las palabras agradables, dulces al alma y salud para los huesos.” Proverbios 16,24). Las abejas no sólo fabrican miel, también propóleos, polen apícola, cera, jalea real, y hay otros productos apícolas valiosos que apenas se conocen y menos se aprovechan.
La miel es un potente medicamento: antibacteriano, fungicida, cicatrizante, analgésico, desinflamatorio y, según se sabe ahora, el veneno de abeja ofrece resultados eficaces en la atención del paciente reumático y artrítico. Se le reconocen valores cosméticos y rejuvenecedores. La hay en gotas para limpiar y humectar los ojos (aunque quien lo haya probado sabe que arde peor que chilpaya untada). Algunos médicos alternativos usan la miel para combatir -oh paradoja— la diabetes mellitus. La miel no necesita conservadores. Han encontrado envases de miel con dos mil años de antigüedad, intacta.
En 2019 México produjo casi 62 mil toneladas métricas de miel. Algunas fuentes dicen que es el sexto productor mundial, otras colocan al país en el décimo lugar; el Gobierno Federal informa que somos el tercer exportador del planeta y que de enero a noviembre de 2020, las ventas internacionales de miel mexicana alcanzaron las 26 mil 77 toneladas. Hay 43 mil familias mexicanas que viven de las abejas, más de 200 mil personas.
La apicultura es una fuente invaluable de equilibrio ambiental, genera ingresos importantes al país y podría producir más, crea bienes de origen natural de indiscutible valor y podría convertirse en una fuente estratégica de desarrollo y riqueza para las comunidades marginadas. Además, quien no ha comido un pan de miel o un plato de requesón con miel, sencillamente no ha probado lo bueno de la vida. Mejor la miel que las amarguras viejas (¡Viva Machado!). Con esa banalidad me quedo, aunque no me inviten a ningún ingenioso ni patriótico ni oportuno ni útil ni propicio grupo de amistad de valientes y listos parlamentarios.
antonionemi@gmail.com
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Juan Antonio Nemi DibXalapa, Veracruz, México