martes, abril 23, 2024

El poder «aloca» al más pintado

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La guerra contra los Tirrenos “fue la última en que Rómulo intervino. En adelante no estuvo ya libre de incurrir en lo que acontece a muchos, o por mejor decir, fuera de muy pocos, a todos los que con grande y extraordinaria prosperidad son ensalzados con el poder y fausto, porque engreídos con los sucesos en un modo altanero, cambio la popularidad en un modo de reinar molesto y enojoso hasta por el ornato con que se transformó, pues empezó a vestir con túnica sobresaliente, adornó de púrpura la toga, y despachaba los negocios públicos reclinado bajo dosel…”. Así describe Plutarco la metamorfosis en la conducta del célebre fundador de Roma una vez investido con el poder de mandar y ser obedecido. Nada para extrañarse, porque en nuestros tiempos hemos sido testigos de la transformación operada en hombres que en la academia han gozado de reputación indemne a todo mal juicio, pero que una vez tocados por la vara del poder político, víctimas de ese influjo de indescifrable influencia, sufren una mutación que los desdora y conduce al precipicio. En la Escuela de Ciencias Políticas de la UNAM impartía en 1962 con gran capacidad expositora la cátedra de derecho constitucional el licenciado Enrique Velasco Ibarra, quien, con enjundiosa retórica explicaba, aunque pocos entendían, la teoría del derecho público de Carl Schmitt; su clase era amena en salón abarrotado. Este personaje, amigo era amigo de José López Portillo, con quien guardaba afinidades académicas, y del cual fue Secretario Particular en la presidencia de la república, desde donde saltó al gobierno de Guanajuato, en dónde exhibió un radical cambio, pues de aquel atildado maestro universitario nada quedaba, dando paso al frenesí desenfrenado, y a la escandalosa lujuria (¡en Guanajuato!), dejando en manos de exalumnos el mando de su gobierno. El escándalo de esa conducta fue mayúsculo y su amigo, el presidente, tuvo que pedirle se “enfermara” para dejar el cargo. Pero, qué decir, del propio López Portillo, el hombre culto, excelente maestro de Teoría del Estado, que llegando a presidente él mismo fue víctima de la metamorfosis acunada en el poder, combinando lujuria con desordenado mando y una festiva actitud impropia de un primer mandatario. Así nos fue como país. Ante casos semejantes reproducidos por doquier nada puede ya asombrarnos, pues históricamente está demostrada la forma en cómo el poder trastorna al hombre, así a Creso como a Rómulo, lo mismo a López Portillo que a Putín o Trump (de quien, por cierto, el gobernador de Nueva Hamshire, Chris Sununu, dice que si Trump ingresara a un manicomio no saldría de allí). Aunque, es conveniente subrayar que el poder no solo obnubila a hombres de reconocidas luces intelectuales (que sin duda abrevaron en el Quijote las exquisitas aventuras de Sancho Panza en su eventual Isla Barataria), porque cientos de casos más avisan que, huérfanos de aquellas luces del conocimiento, no quedan exentos de cometer barbaridades que impactan al destino de comunidades enteras. Pareciera un caso de enfermizo pesimismo si bien nos atenemos a la naturaleza humana, sin embargo, también existen grandes excepciones, aunque son garbanzos de a libra.

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