sábado, abril 20, 2024

La piñata nunca termina bien

No seremos piñata de nadie, ha respondido el presidente Andrés Manuel López Obrador a las bravatas de Donald Trump. Y la frase podría trivializarse como una más de las provocaciones de las mañaneras destinadas a perecer tres días más tarde. Pero más allá de la polarización que convierte a toda declaración del Presidente en combustible para la beatificación o la crucifixión, me parece que estamos frente a un tema trascendente que conviene analizar desde una perspectiva más amplia que el debate entre obradorismo y antiobradorismo. Para empezar, habría que asumir que, como nunca, la migración latina será pieza nodal en las campañas electorales regionales en lo que resta del sexenio de Joe Biden y trampolín en la estrategia de Donald Trump para regresar a la Casa Blanca. Por desgracia se trata de un “protagonismo” que en nada nos favorece.

Los expertos no se han puesto de acuerdo si estamos frente al inicio de una recesión mundial, pero incluso en un escenario favorable está claro que los próximos años no serán de bonanza. En ese sentido, los trabajadores extranjeros y en general “los otros” se han convertido en el chivo expiatorio al que los políticos en campaña de los países del llamado Primer Mundo apelan con mucho éxito y sin ninguna factura política. Está sucediendo en Europa y en Estados Unidos. Y por más que existan argumentos contundentes para destacar los beneficios que aporta una fuerza de trabajo barata y disponible, las campañas electorales no son precisamente gabinetes propicios al análisis ponderado. Por el contrario, el tema migratorio será distorsionado y satanizado para convertirlo en la causa de muchos males, en punching bag del resentimiento de los sectores populares estadunidenses lastimados por el lento declive del imperio. Los políticos competirán entre sí para mostrar la línea más dura posible frente a “las oleadas de los bárbaros que inundan la frontera”. Lo estamos viendo ya en las acciones y el lenguaje intolerante del gobernador de Texas, Greg Abbott, quien no esconde sus deseos de prolongar su carrera en ámbitos federales.

Desde luego no es sano convertir en pesadilla todo lo que se dice en un mitin electoral. Los políticos suelen actuar de una manera durante la campaña y de otra una vez convertidos en funcionarios. Pero, aunque sea en menor escala, hay una proporción entre lo que se dice y luego se hace. Trump fue infinitamente más hostil como candidato que como Presidente, y no obstante alcanzó a hacer un daño incuestionable para la causa de los latinos durante su gestión. Entre más estridentes y desmesurados sean los discursos y más encono se genere entre la opinión pública, mayor será la radicalidad de las medidas que puedan tomarse en contra de nuestros intereses.

¿Estamos condenados a quedarnos cruzados de brazos o podemos hacer algo al respecto? El presidente López Obrador ha dicho que no permitirá que seamos tratados como piñatas en las elecciones. Más allá de la folclórica frase, el suyo es un llamado a elevar el costo de convertir a los latinos en el enemigo número uno en la Unión Americana. Cobrarle en votos es la única moneda valorada por un candidato en campaña. Quizá constituye una exageración hacer pasar por músculo la cifra de 40 millones de latinos que viven en Estados Unidos, mencionados por AMLO, pero la política se alimenta de percepciones. Es un universo tan grande que incluso apenas una fracción de esa cifra podría incidir en las estrategias de campaña. La pregunta es si tal amenaza podría ser tomada en cuenta por los distintos cuartos de guerra de republicanos y demócratas.

Frente al poderoso lobby judío o el de la industria de armas, por ejemplo, capaces de imponer su agenda en el Congreso, muchos se han preguntado si la creciente importancia de los latinos podría convertirse en una presión a escala nacional en Estados Unidos, más allá del peso que llega a tener en algunas elecciones locales. Muchos factores juegan en contra de ello: la heterogeneidad de este universo (mexicanos, puertorriqueños, cubanos, venezolanos, etc.), las diferencias regionales, el quiebre entre generaciones, el antagonismo de los asimilados frente a los recién llegados (recordemos que 28 por ciento de los latinos votaron por Trump en 2016), la falta de un impulso articulador de intereses comunes.

Y sin embargo, los casi 50 mil millones de dólares anuales de remesas enviadas a México y a Centroamérica revelan que hay identidades vigentes y un interés puntual de los que se fueron con sus familiares y países de origen. Un fenómeno que podría convertirse en materia prima para intentar hacer algo. Más allá de las empatías y antipatías que cada cual tenga respecto a López Obrador, es evidente que él es un factor coyuntural favorable para este propósito. Buena parte de los mexicanos que trabajan en Estados Unidos proceden de, y están en contacto con, los sectores populares que apoyan al tabasqueño.

Construir una campaña que reste votos a todo candidato y a todo legislador que lastime intereses de los latinos es un reto mayúsculo. Hacerlo desde México sin ser acusados de intervencionismo es aún más difícil. ¿Pero no es eso lo que hacen los cabilderos de las empresas transnacionales para presionar a la clase política local a conducirse de acuerdo con sus intereses? No se trata simplemente de una obligación moral para proteger a los que se fueron o para impedir la deportación inhumana de tantos compatriotas. Se trata de defender allá lo que tendrá brutales consecuencias aquí. Las medidas que afectan la vida fronteriza, que alteran las remesas, que impactan en el comercio o en las cadenas productivas entre ambos países son decisivas para millones de mexicanos. Y todos estos temas serán el trasfondo en las campañas de linchamiento a las que se verán tentados a incurrir los candidatos republicanos y demócratas en las próximas elecciones. 

Si vamos a hacer algo habría que hacerlo bien y pronto. Porque, en efecto, la suerte de las piñatas ya la conocemos todos. 

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