El rechazo de la oposición a la iniciativa de reforma eléctrica del presidente Andrés Manuel López Obrador no es en absoluto un triunfo para México como se ufanan muchos militantes del PRI, PAN o PRD, ni estrictamente hablando es una victoria de un grupo de traidores a la patria como se les juzga desde el oficialismo.
Ni una ni otra cosa, a mi parecer se trata más bien de la instantánea del estado de ánimo que se vive en el país y que revela lo mismo errores en la estrategia del primer mandatario para impulsar en verdad una transformación de la nación, que la pobreza discursiva y la carencia de proyecto de las fuerzas opositoras que no atinan a ser convincentes y ofertar un rumbo alterno y deben conformarse con festinar el hacer tropezar al presidente.
De eso y no de otra cosa se trata este episodio. Del lado presidencial el que la oposición en la Cámara de Diputados haya hecho valer su fuerza política para echar atrás uno de sus grandes proyectos no es resultado sino de la falta de cálculo político.
Esta reforma, como muchos de los grandes temas ancla de la Cuarta Transformación debieron impulsarse y pasar por el Congreso en la anterior legislatura federal, cuando Morena tenía mayoría absoluta; no se explica el por qué esperar hasta ahora que no cuentan con mayoría calificada y dependen de los votos de otras fuerzas políticas que lógicamente iban a regatear el apoyo.
Y hacerlo además cuando tres años de mañaneras y de una narrativa polarizadora y las descalificaciones un día sí y otro también de López Obrador hacia sus críticos, a sus adversarios conservadores, como los llama, saco en el que incluye a todos quienes lo cuestionan o marcan distancia de sus decisiones, sean políticos, legisladores, académicos, periodistas, activistas sociales, lo mismo representantes de corrientes feministas, ecologistas, de padres de familia, entre una larga lista, era evidente que uniría a todos en su contra y en el caso de los dirigentes de partidos políticos era más que predecible que cerrarían filas en desquite y para hacerle la mala obra.
Pero sobre todo López Obrador tuvo y tiene en sus manos el antídoto perfecto para desinflar de una vez y quizá para siempre a las élites de los partidos opositores: barrer para atrás y llevar a juicio a los expresidentes Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto y los más conspicuos representantes y ex funcionarios de esos gobiernos cuyos presuntos delitos han sido ventilados una y otra vez en investigaciones periodísticas, y que han sido mencionados en declaraciones en procesos judiciales, lo mismo en los casos de Emilio Lozoya, Rosario Robles y otros, donde sobra tela de donde cortar para proceder en su contra. López Obrador prefirió el perdón y olvido, se inventó una absurda consulta para preguntarle a la gente si debía enjuiciarse a los ex mandatarios, a sabiendas de que era solo un acto populista que no conduciría a nada, y dejó tan felices y campantes a quienes hoy se le oponen y azuzan a sus huestes para complicarle la vida a nuestro cristiano presidente.
Del lado de la oposición hoy tan contenta, que canta el himno nacional y asume como una victoria épica el haber tumbado la iniciativa de reforma eléctrica, me parece un exceso tildarlos de traidores a la patria porque ni a eso llegan. Son a lo sumo unos vulgares ambiciosos -López Obrador dixit- unos, como los del Partido Verde que, en 2013, por dinero, votaron a favor de la reforma eléctrica privatizadora de Peña Nieto y hoy trasmutados en compañeros de viaje de Morena dicen que es de sabios rectificar, y otros que ayunos de propuestas se aferraron al clavo ardiente de la negativa a la iniciativa presidencial como una forma de hacerse y sentirse fuertes cuando no lo son. Hoy es simpático leer opiniones de que vemos el renacer del PRI o de que el panismo se rehace rumbo al 2024. Son los mismos y no tienen remedio, están moralmente derrotados y por lo que se ve en menos de dos años no van a reformarse.
De hecho, luego de que la alianza Va por México y Movimiento Ciudadano rechazaran con sus 223 votos la reforma eléctrica, el presidente Andrés Manuel López Obrador, machacón, acusó que hubo un acto de traición al país para defender los intereses de privados y dijo que sospechaba que sucedería algo así en razón de que esta vez no se «compró a los legisladores» como en el 2013 cuando no hubo ninguna oposición a la reforma energética de Enrique Peña Nieto. He ahí claramente ilustrado lo de los vulgares ambiciosos y un caso de corrupción que AMLO no quiso que se investigara o sancionara. Y ahí están los resultados.
En su conferencia de prensa matutina de este lunes 18, el mandatario aseguró que ya veía venir la “traición” al pueblo mexicano, pues “compraron a legisladores”, por lo que su gobierno “se preparó” desde el principio. Pero por lo visto no se preparó bien. Sobró la soberbia y faltó el cálculo y la estrategia políticas. Ahora su decisión de nacionalizar el litio, el mineral del futuro, que desde luego debe protegerse y que ya fue avalada por los diputados, deberá acompañarse de otras decisiones para buscar rescatar, si es el caso, la industria eléctrica y el petróleo. Pudo haber sido más fácil y no fue.
Las lecciones de este episodio son muchas, pero las más importantes debe asumirlas el primer mandatario.
La primera, que no se puede luchar por la soberanía energética ni por cualquier tema de hondo calado pensando en que lo logrará convenciendo a sus adversarios a partir de la popularidad del presidente, o que la oposición se arredraría tras la consulta de revocación de mandato. Por el contrario, lo sucedido es muestra de que se equivocó en el momento para poner el tema a discusión y en el enfoque de lo que era previsible sucediera.
La segunda lección, que no se puede dejar a los arreglos políticos la aplicación de la justicia porque aquellos que dejas libres serán siempre tus más fuertes adversarios. Y en eso también le falló el cálculo.
Y la tercera, a mi juicio la deben contemplar los partidos de oposición: que no podrán sostener un frente atractivo electoralmente si no construyen un proyecto creíble de nación; que por más que celebren este momento no será más que flor de un día, si seguimos viendo las mismas caras y los mismos resortes de sus más notables representantes. Que los queremos ver ofertando ideas y proyectos y no solazándose en una negativa que muchos ni entienden para qué le sirve al país.
No ganó nadie, perdió México.