Juegos de Poder
Leo Zuckerman
Anteayer se dio a conocer que hay más de cien mil personas desaparecidas en México. La mayoría de los expertos creen que esta cifra está subestimada, es decir, sospechan que hay muchos más. ¿Cuántos? Difícil saberlo.
Quedémonos, sin embargo, con el dato oficial que ya es de terror. La desaparición me parece una de las situaciones más crueles que puede enfrentar una familia. Peor, creo, que el asesinato. En México hay cien mil familias que viven con la permanente esperanza de encontrar a su pariente.
Conforme pasa el tiempo, es cada vez más evidente que muy probablemente estén muertos, pero no tienen cien por ciento de certeza que así sea. Qué dolor que no haya una tumba donde ir a depositar unas flores. No puedo pensar en algo más violento y, por tanto, insufrible para las familias.
Cuando viajo por el país me encuentro carteles y letreros de gente buscando a sus familiares. Agradecen cualquier información que pueda darse sobre el paradero de Fulanita o Zutanito.
Publican las fotos de esas mujeres, hombres y hasta niños que se han esfumado como por arte de magia.
Durante el sexenio de Calderón, donde comenzó a acelerarse este problema de los desaparecidos, Andrés Lajous y Mario Arriagada, dos de mis colaboradores de Es la hora de opinar en ese momento, asistieron a la Caravana del Consuelo, organizada por el valiente poeta Javier Sicilia. Me contaron varias historias de madres de desaparecidos que escucharon en el largo viaje y que los dejó emocionalmente exhaustos.
Esto ocurrió hace más de una década. Y aquí estamos, rompiendo nuevos récords de desapariciones. De acuerdo a datos de la Comisión Nacional de Búsqueda de Personas de la Secretaría de Gobernación, entre el 15 de marzo de 1964 y el 17 de mayo de 2022 se reportaron un total de 245 mil 542 personas desaparecidas. De esas, 145 mil 525 sí fueron localizadas (59%) y 100 mil 17, no (41%).
¿Es aceptable este porcentaje?
Desde luego que no.
El Estado debe invertir muchos más recursos para encontrar a los desaparecidos. La Comisión Nacional de Búsqueda actualmente tiene un presupuesto de 747 millones de pesos anuales. Claramente no es suficiente para resolver el tamaño del problema. Aquí se requieren más recursos financieros, materiales y humanos con el fin de ayudar a las víctimas a encontrar a sus familiares.
Da coraje ver cómo este Estado gasta carretadas de dinero en tonterías (aeropuertos sin vuelos, refinerías que tendrán enormes pérdidas financieras, trenes que están devastando la selva) y no le dedican recursos a este tipo de actividades torales que sólo el Estado puede realizar. La labor de encontrar gente no la puede hacer ni el sector privado ni las asociaciones de la sociedad civil. Podrán ayudar, pero siempre será en el margen, máxime cuando estamos hablando de más de cien mil desaparecidos.
La crisis de los desaparecidos se ha agudizado durante el gobierno de López Obrador. Las cifras siguen creciendo a un ritmo más acelerado.
Mientras tanto, este gobierno quiere que el Estado se quede con el monopolio de la generación de electricidad. Perdón, pero entre generar electricidad o encontrar a desaparecidos, yo tengo clarísimo que el Estado debe darle prioridad a lo segundo. Desafortunadamente, el Presidente no coincide y sólo le dedica escasos recursos a este tema.
En varios estados de la República se han organizado colectivos de la sociedad civil de familiares de desaparecidos. De vez en cuando salen a protestar. Los medios reportan las marchas. Y luego no pasa nada. Nada, nada, nada.
Qué desesperación.
¿Por qué el rezago enorme en la implementación del llamado Mecanismo de Identificación Forense?
¿Qué tiene que pasar en este país para que se resuelva este problema?
¿Llegar al millón de desaparecidos?
Hace ocho días se celebró el Día de las Madres. Con mucho tino, otro de mis colaboradores de Es la hora de opinar, Gibrán Ramírez, recordó esa noche a todas las madres que tienen hijos desaparecidos. Son cien mil, Gibrán, cien mil. No cabrían todas juntas en el estadio Azteca.