El diccionario de la Real Academia de la Lengua le adjudica ocho diferentes definiciones al término «desgraciada». Para los fines de este «Sin tacto» me quedo con el número seis:
«Adj. Falta de gracia y atractivo», y así califico a la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia ¿Guadalupe? Sheinbaum Pardo (lo de «Guadalupe» es porque ella, aunque es de origen y religión judía por parte de padre, parece querer subirse artificialmente a una especie de culto a nuestra Virgen Morena, de la misma manera que lo quiso hacer AMLO con el nombre de su partido).
Bien, y digo que doña Claudia es una desgraciada no porque así pudiera llamarla Laura de América, sino porque en cuestión de simpatías y salero ostenta la gracia quebradiza de un joven elefante (Renato Leduc).
Ante el micrófono y las cámaras, la señora es un Nembutal, un ladrillo en la nuca, un palo ensartado en una calabaza (Joan Manuel Serrat).
Y ante esa realidad inocultable, alguien que seguramente es un enemigo mortal de ella, disfrazado de especialista en el manejo de imagen, tuvo la genial ocurrencia de pedirle a la Sheinbaum ¡que se presentara como una persona chistosa!, y la mandaron a soltar un chascarrillo desde la tribuna.
Ahí la veo: llega con su cara deslavada e inexpresiva, hecha para atrás obsesivamente con el pelo recogido en su perenne cola de caballo, gris su atuendo también -tan neutro en colores y en diseños-.
Llega al atril, digo, e intenta esbozar una sonrisa que a fuerza de ser artificial parece más bien un rictus. Empieza un discurso más, sin tonalidades, sin emociones, y de pronto se detiene. Como un experto pasador futbolista hace la pausa, y suelta con su voz neutra y aburrida:
«Es como ese chiste de una persona que se cae y en lugar de volver en sí, volvió en no”.
¿La respuesta de quienes lo escucharon en vivo y en directo?
¡Nada! Un silencio sepulcral que no alcanzó a cubrir con su velo el ridículo, la pena ajena.
Recuerdo que una infamia similar se le ocurrió a otro especialista en imagen con el pésimo presidente Ernesto Zedillo a sus cuatro o cinco años de gobierno. De pronto le aconsejaron que hiciera comentarios simpáticos y lo único que le salieron fueron ridiculeces.
Así la lastimosa corcholata consentida, que muestra su incapacidad bíblica para la política y para la gracia.
Por eso: ¡Que pase la desgraciada!