jueves, marzo 28, 2024

Educación Superior Inclusiva: Reto pendiente

Expresión Ciudadana

Las universidades en México, al igual que todas las universidades a nivel mundial, comparten un gran reto referente al reconocimiento de que las aulas universitarias son cada vez más diversas; siempre lo han sido, pero en los últimos años se enfrentan a un complejo desafío que es lograr una educación inclusiva y de calidad, una universidad para todos, sin excepciones, ni discriminaciones por ninguna condición; una universidad basada en la equidad e igualdad de oportunidades para todo el estudiantado; una universidad que busque eliminar o reducir las barreras que obstaculizan la participación y el aprendizaje, reconociendo la diversidad como una riqueza de la condición humana.

Cuando se habla de educación inclusiva, no se trata sólo de incorporar estudiantes diversos a las instituciones, sino también de la importancia de readaptar las escuelas, los planes de estudio y todo lo que sea necesario, para que todos los estudiantes tengan acceso a un proceso educativo realmente inclusivo. El tema de la inclusión no es nuevo, pero sí es un tema pendiente de resolver. También se habla mucho de este tema cuando se trata de incluir a estudiantes que tienen algún tipo de discapacidad, sin embargo, la inclusión es mucho más que eso. Es ver por las necesidades educativas de cada estudiante, considerando sus condiciones sociales, interculturales, de salud, personales, etcétera.

La UNESCO define la educación inclusiva como “un proceso para responder a la diversidad de todos los estudiantes, garantizando su presencia, participación y logros; atendiendo especialmente a quienes, por diferentes razones, están excluidos o en riesgo de ser marginados, por lo que es necesario definir políticas y programas educativos, con el fin de que la educación sea para todos”.

Un enfoque actual en las universidades es el aprender a identificar y resolver problemas, utilizar procesos de pensamiento abstracto que enfrenten procesos sistematizados, la adaptación a cambios de las ciencias, la cultura y la sociedad; es inherente el reemplazo del conocimiento acumulado por un pensamiento crítico, la conducta valorativa y la capacidad de planificar, ejecutar y controlar el propio conocimiento adquirido o generado. (Arteaga, Armada y Sol 2016).

Para medir la eficiencia de cada uno de estos entornos se requiere involucrar a los docentes, familias y alumnos con dificultades de aprendizaje, de conducta, con alguna discapacidad, entre otros.

En muchas universidades no se cuenta con equipo multidisciplinario requerido, como lo son: psicólogos, docentes especialistas en educación especial, psicopedagogos, trabajadores sociales, entre otros, que puedan brindar el abordaje que los alumnos con necesidades educativas especiales necesitan. La educación especial separa a los estudiantes con discapacidades o desafíos de aprendizaje de la educación general, mientras que en la inclusiva todos conviven dentro del mismo entorno.

La primera tiene un enfoque individual y busca brindar a cada estudiante los recursos que necesita para progresar; la segunda, en teoría, debería brindar apoyo adicional para apoyar a que cada alumno se adapte al plan de estudios regular, aceptando los diferentes patrones de aprendizaje de cada alumno y adaptándose a sus necesidades individuales.

Según la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (ANUIES), actualmente existen en México alrededor de 4.210.250 estudiantes de nivel superior, donde el 49.7% son hombres y el 50.3% son mujeres. En sus estadísticas, la ANUIES estima que del total de alumnos matriculados, el 1% representa a alumnos con alguna discapacidad, sin embargo, no hace referencia a las necesidades específicas de cada uno de ellos según su contexto cultural o social.

A lo largo de los años se ha visto un rezago en el tema de la inclusión en las IES, tomando en cuenta desde un punto de elitista, el hecho de que sólo quienes acrediten el examen o demuestren ciertas condiciones que los acrediten como “personas aptas” son los que se hacen acreedores a un lugar dentro de la institución (Cruz y Casillas, 2017). En este contexto, a pesar de que diferentes universidades han modificado el examen de ingreso a la universidad, aún siguen dejando de lado las necesidades especiales de cada individuo, así como el diagnóstico de cualidades específicas.

Muchas universidades aún aplican el examen por área de conocimientos, visto como necesidad para la correcta formación de los estudiantes; otras, por su parte, sólo aplican un examen de conocimientos generales, con razonamiento abstracto, para catalogar a los individuos como “aptos o no” para su desarrollo profesional como estudiantes de nivel superior.

Las Instituciones de Educación Superior (IES) apuestan por responder a la diversidad, reconociendo la heterogeneidad de intereses, necesidades, ritmos de aprendizaje, género, orientación sexual, condiciones socioeconómicas, credos, ideologías políticas, condición etaria, y de discapacidad, es la tarea a las que se ven enfrentadas las IES en el afán de convertirse en universidades para todas y todos.

Reconocer la diversidad y la inclusión es un tema de actual abordaje a nivel mundial. La idea de que la educación constituye un derecho incuestionable de los seres humanos es casi universal. En nuestro contexto, a través de la educación en general y de la Educación Superior en particular se pretende reducir las desigualdades sociales que aún persisten en el contexto de las IES.

La educación inclusiva no tiene que ver sólo con estudiantes con discapacidad, implica una nueva reconceptualización de la diversidad. Un modelo educativo que considere el respeto, la tolerancia, la igualdad de oportunidades, la participación, la diversidad y el respeto por las diferencias, que garantice el derecho humano que tiene cualquier persona a ser educada junto a sus iguales, con una educación de calidad.

Para alcanzar este objetivo, las acciones educativas deberán estar principalmente encaminadas a eliminar las barreras que obstaculizan la interacción entre estudiantes y los distintos contextos educativos, barreras que limitan la participación de todos en el proceso educativo.

El respeto y el reconocimiento de todas las diferencias presentes en el contexto educativo, compromete a combatir las desigualdades y la discriminación. Para la universidad constituye un compromiso ético aprovechar la diversidad como una fuente de enriquecimiento, prestando una atención especial a los colectivos o personas con mayor riesgo de exclusión.

Por tanto, autoridades, profesores, administrativos y estudiantes deberán identificar y eliminar las barreras que se constituyen en obstáculos para la participación y el aprendizaje, con ello generar políticas que empujen a las administraciones educativas a desarrollar medidas que faciliten el reconocimiento y la respuesta a la diversidad.

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