Estrictamente Personal
Raymundo Riva Palacio
El martes pasado, en su colaboración en El Universal, el columnista Javier Tejado narró las resistencias de la oposición en el Senado para aprobar la propuesta del PRI, aprobada en la Cámara de Diputados, que amplía la participación de las Fuerzas Armadas en tareas de seguridad pública de 2024 a 2028. La iniciativa del PRI rompió la alianza opositora y construyó una en San Lázaro con Morena, el PT y el Verde. “¿Cómo hará el gobierno para convencer a la oposición?”, se preguntó Tejado la víspera de la sesión senatorial. “Apostando a que con la presión de varias investigaciones penales sobre ellos, se ‘convenzan’ de votar a favor”.
Cuando le pregunté a un senador de oposición, en escala del 1 al 10, qué tan certera era la columna de Tejado, respondió: “8, mínimo”. Tejado citó senadores priistas vulnerables a las presiones, como el coordinador de la bancada, Miguel Ángel Osorio Chong, así como a Carlos Ramírez Marín, Sylvana Beltrones y Manuel Añorve. Mencionó también al perredista Miguel Ángel Mancera, y aunque ya no se refirió a otros, la Fiscalía General tiene bajo lupa a más senadoras y senadores del PRI y de otros partidos para desprestigiarlos.
La presión para aprobar la reforma ha sido multifacética, pero son varios quienes han resistido. No es la primera vez que sucede, ni será la última. El bloque de contención en el Senado ha ido administrando, en su mayoría, los ataques de las tribus del presidente Andrés Manuel López Obrador, y soportado los cañonazos de papeles conteniendo investigaciones ciertas o fabricadas. Quizá saben que con el Presidente no hay reglas claras y sí, en cambio, traiciones y acuerdos rotos. El espejo más reciente, la detención del exprocurador Jesús Murillo Karam, acusado de tortura, desaparición forzada y obstrucción de la justicia en el caso Ayotzinapa, mediante un expediente armado al vapor.
En el Senado se administró el miedo, que es el método mediante el cual López Obrador ha gobernado. Si una diplomacia sin cañoneras carece de fuerza para tener éxito, el gobierno de la 4T, sin los misiles presidenciales, habría naufragado hace tiempo por incompetente. En el gobierno, comenzando por el Presidente, no hay interés ni capacidad para negociar. No existe ese arte en Palacio Nacional, aunque el Presidente presuma de ello. Lo que existe es un modus operandi, construido sobre un régimen de miedo, para alcanzar sus objetivos.
Ayer lo vimos. Hace un par de semanas el Presidente lanzó amenazas veladas contra productores de tortillas, y este miércoles reveló que el director de Maseca ya se había comprometido a no aumentar el precio de la harina de maíz durante cinco meses. Presumió en la mañanera que México se encuentra entre los países de mayor recaudación dentro de la OCDE, aunque varios de los casos de grandes contribuyentes fueron logrados mediante amenazas. Al Presidente de uno de los grandes corporativos, cuando en el SAT le dijeron que debía 6 mil millones de pesos en impuestos y refutó el dato, la respondieron que podía defenderse en un juicio, pero que tendría que enfrentar uno más que le abrirían de tipo penal. El empresario optó por pagar doble tributación a ir a la cárcel y se fue del país.
El MIEDO (con mayúsculas) es más fuerte que el nacionalismo, que el ser mexicano. No sólo los que más tienen han optado por irse del país por el temor a un gobierno que utiliza al SAT, la Unidad de Inteligencia Financiera y la Fiscalía General para amedrentar, sino que hay quienes, en las clases medias, sacaron su dinero del país y se fueron a vivir a otro lado. Han vendido o hipotecado sus propiedades en México para empezar en Estados Unidos, Canadá, Panamá, Colombia, Chile o España, sus destinos preferidos, y olvidarse de este país gobernado a partir de la tensión y los temores.
Hay MIEDO a ser acusado por un delito no cometido, a ser linchado con difamaciones en la mañanera. MIEDO a las arbitrariedades, como las expropiaciones en los alrededores del aeropuerto militar Felipe Ángeles, que en la práctica son robos. O confiscaciones como las que se pretenden hacer en Santa Fe a partir de un decreto del gobierno de Porfirio Díaz de hace más de un siglo que, además, fue derogado hace décadas. MIEDO a desaparecer, o a ser asesinada o asesinado por buscar desaparecidos. MIEDO a viajar por carretera por temor a los asaltos.
Hay MIEDO en las instituciones y organizaciones por el talante autoritario de un demócrata iliberal como es López Obrador. En la clase política, MIEDO entre los que deben cuentas y los que no. La humillación pública se volvió menos pesada que enfrentar a la justicia, como sucedió con el líder del PRI, Alejandro Moreno, convertido en el plomero de las cañerías presidenciales. El MIEDO lo llevó, como a otros más, a traicionarse y a traicionar. El MIEDO ha paralizado, provocado ansiedades, enfermedades y a mentir. La apatía ha crecido.
No todos han caído presa de este MIEDO, pero son los menos. Hay todavía espacios de maniobra, que el Presidente y sus cuadros tratan de cerrar todo el tiempo. No hay convivencia política, sino sobrevivencia. No hay negociaciones, sino imposiciones. No hay persuasión, sino amenazas. El último campo de esta batalla estuvo en el Senado, donde el voto contra la reforma constitucional para ampliar el plazo del Ejército en las calles en tareas de policía iba mucho más allá de un voto.
La contención que hicieron en el Senado las y los que así lo decidieron enfrentó el régimen del miedo de la 4T, y dejó claro que hay momentos donde las preocupaciones e intereses particulares valen menos que lo que afecta a la sociedad en su conjunto. No era sólo acotar la militarización galopante que avanza por el país por sus externalidades, sino la defensa a pensar diferente, a actuar distinto, a defender creencias y convicciones que rebasan al Senado, donde, parafraseando a José Ortega y Gasset, miraron más alto y más lejos.