En el discurso y las acciones devenidas desde el gobierno federal se encuentran señales claras de una situación inédita en el país, ya sea porque en materia económica los parámetros no son de augurios optimistas y en inseguridad pública las cosas van de mal en peor, o porque los servicios de salud no son del alcance del pópulo minuto, o, también, porque el país se encamina a adoptar acentuados rasgos de militarización, o porque de las obras emblemáticas del gobierno ninguna ofrece garantías de cumplir con las expectativas, y las obras del corredor transoceánico del Istmo de Tehuantepec no avanzan al ritmo deseado pese a ser, esta sí, una cuyos pronósticos son verdaderamente halagüeños. Obviamente no solo eso. Porque presenciamos la forma en cómo está resultando exitosa la estrategia presidencial de disminuir la fuerza opositora al restarle de sus filas cuadros sobresalientes, exgobernadores en este caso a quienes ha designado embajadores, el más reciente Carlos Joaquín González, de Quintana Roo. Para llevarlo a cabo López Obrador emplea el recurso de la presión: cargos públicos o persecución judicial, el caso de “Alito” es claro ejemplo. Aunque en este caso fue de carambola triple, pues defenestra políticamente a “Alito” y lo deja en calidad de guiñapo moral, a la vez desinfla la Alianza y “saca raja” de la obsecuencia de Alejandro Moreno para que con sus diputados coadyuve con sus propuestas legislativas. Después de tantos años en la brega política, AMLO debe conocer que la esencia de la condición humana es más flácida y maleable y de una plasticidad excelente cuando del poder político se trata. Lo habrá comprobado desde sus tiempos en la base perredista y luego como dirigente, cuando en la década de los años noventa en todo el país se escenificó el famoso “chapulineo” político, de priistas trapecistas que no habiendo conseguido la candidatura priista fueron “cachados” por el PRD, también por el PAN, que lo diga Monreal que en 1998 saltó del PRI al PRD y logró el gobierno de Zacatecas. Por esos y muchos antecedentes más nada de lo que ahora ocurre en el país puede asombrar, porque siendo el hombre la medida de todas las cosas en su naturaleza lleva la clave de su comportamiento. No es fortuita la imperiosa demanda de los mandamientos: no robarás, no matarás, no desearás a la mujer del prójimo, no mentirás, etc., porque desde que el hombre es hombre sigue teniendo del lado izquierdo el corazón