El ejercicio del poder conlleva siempre la tentación de abusar del mismo. De usar ese poder en beneficio propio o del grupo al que se pertenece.
Es una tentación de la que es muy difícil sustraerse en un sistema político como el mexicano, en el que los gobernantes pueden hacer prácticamente lo que quieran durante el tiempo de su encargo, pues la cultura de sumisión que da sustento al presidencialismo se cuela en todos los demás espacios de poder.
Solo quienes tienen la suficiente madurez y altura política han salido más o menos bien librados de ese trance y no perdieron el piso. A veces por el uso del sentido común. Las más, porque no les quedó de otra. Pero son la excepción.
Los menos preparados, los que cargan con enormes resentimientos y fobias, y los que no hicieron nada para merecer el acceso a esos espacios de representación porque fueron producto de una imposición o de una mera circunstancia, se engolosinan instantáneamente, creen que ese poder que tienen les pertenece y actúan de esa manera, manipulando además a las instituciones para que sirvan como arietes de sus intereses y, especialmente, para dar rienda suelta a sus caprichos.
Sobran casos en la historia de México y en la del estado de Veracruz que podrían servir de ejemplo de lo anterior. De José López Portillo a Fidel Herrera, por mencionar a dos políticos que a pesar de su innegable inteligencia y preparación, sucumbieron ante las mieles del poder y cometieron todo tipo de excesos que sus adláteres buscaron imitar.
El régimen de la pretendida “cuarta transformación”, que alega que no es igual a los anteriores y se encoleriza cuando se les compara, cojea del mismo pie a grados grotescos. Igual creen que el poder durará para siempre y que nadie nunca los llamará a cuentas.
Esto viene a cuento porque la tarde-noche del miércoles pasado se llevó a cabo una demostración pública de esas mismas taras a nivel Veracruz, protagonizada por una neoclase política con comportamiento de “nuevos ricos” que, irónicamente, refleja que su odio a lo que ellos llaman “fifí”, “conservador” y “aspiracionista” es directamente proporcional a su deseo de gozarlo.
El cine de una plaza comercial clasemediera sirvió de escenario para la “premier” de la película “Luna Negra”, escrita y dirigida por Tonatiuh García Jiménez, hermano del gobernador de Veracruz Cuitláhuac García Jiménez. Ello no tendría nada de extraño si no fuera porque se distrajeron recursos públicos para la filmación –el gobierno de Veracruz aparece entre los auspiciantes- y el estreno de la cinta, en un clarísimo tráfico de influencias.
Haciendo gala de sus ansias “aspiracionales”, para el estreno se organizó una “alfombra roja” región 4…t, por la que desfilaron integrantes del gabinete y miembros del círculo cercano del mandatario, como el presidente de la Junta de Coordinación Política del Congreso local Juan Javier Gómez Cazarín, la secretaria del Trabajo Dorheny García Cayetano y el secretario de Educación Zenyazen Escobar, entre otros. Todos, ataviados en trajes y vestidos de gala, como si la “premier” se llevara a cabo en un teatro y no en una sala de cine de un centro comercial, cruzando el área por donde se venden las palomitas.
Lejos quedaron los años de los morrales de textiles y los huaraches “revolucionarios”. Ahora el outfit no bajaba de 300 mil pesos, como el de Zenyazen Escobar, irreconocible en comparación con aquel maestro que protestaba en las calles contra la reforma educativa en el sexenio anterior.
Para que no quedara duda de que se trataba de una fiesta familiar, estuvieron presentes los padres de Tonatiuh y Cuitláhuac García. Éste último, ¿por qué no?, se tomó la tarde para acompañar a su hermano, quien “coincidentemente” ha desarrollado su “carrera” como director de cine solo a partir de que su encumbrado familiar es gobernador de Veracruz.
La televisora del estado, Radiotelevisión de Veracruz, fue la encargada de la cobertura especial de la “alfombra roja” con dos conductoras de la emisora -que opera con recursos públicos estatales- haciendo entrevistas a las nuevas “estrellas” de la política que se sentían cerca del glamour de Hollywood.
Más allá de la anécdota, de la monumental falta de congruencia y el derroche de mal gusto, lo grave es el uso patrimonialista –y de dudosa legalidad- de los recursos del estado para disfrute y solaz de la clase gobernante en turno, la cual parece muy conforme de tener los mismos privilegios que antes condenó.
Están ebrios de poder. Y de ese mismo nivel será la resaca.
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