“Y lo que tenía que pasar pasó”, reza conocido aforismo para significar la cristalización de las advertencias previamente formuladas acerca de lo que podría ocurrir si se seguía una u otra alternativa. Tal pudiera estar sucediendo en el PRI después que su dirigente nacional “se dobló” ante las presiones ejercidas en su contra (y no podía ser de otra manera debido a lo vulnerable de su posición ante la justicia a causa de sus antecedentes nada limpios). Alejandro Moreno supuso, acaso ingenuamente, que por presidir al PRI sería obstáculo suficiente en contra de los acosos a su persona, pero es vulnerable por los cuatro costados, hecho que carecería de importancia si no involucrara al partido que en mala hora representa. Ya hemos suscrito que el señor Moreno se encuentra en descomunal soledad política, su cercanía resulta radiactiva para sus socios políticos del antaño inmediato (PAN-PRD), y, por otro lado, en su otrora antípoda política, MoReNa, su compañía solo sirve de lejitos, porque de cerca es inaceptable y quema. Lamentablemente, en ese viacrucis el PRI está pagando serias consecuencias, al grado de generarse en su entorno existencial en Veracruz la descabellada versión sobre su inminente alianza electoral con MoReNa, lo cual representaría un cambio drástico de estrategia; o sea, trasladarse de un estatus oposicionista al de alinearse al partido oficial en calidad de satélite, tipo Verde Ecologista y Partido del Trabajo, con los cuales tendría que competir para recoger las migajas electorales dejadas por MoReNa. Cuán poderoso, fuerte, vitalizado, llegó a ser el Partido Revolucionario Institucional que su savia ha nutrido en su devenir histórico las venas del PRD y del PAN, fruto del fenómeno conocido como transfuguismo político o partidista, aunque debemos reconocer que quienes emigraron han demostrado calificación política en sus nuevas filiaciones. Allí están los casos de Porfirio Muñoz Ledo, Cuauhtémoc Cárdenas, López Obrador, Camacho Solís, Ricardo Monreal, Dante Delgado, Leonel Cota Montaño, Arturo Núñez, Elba Esther Gordillo, Marcelo Ebrard, Miguel Ángel Yunes, Juan Rodríguez Prats, Diódoro Carrasco, Tomas Ruiz, y cientos de actores políticos que, habiendo sido priístas, hoy figuran como alcaldes, diputados locales, federales, senadores y gobernadores gracias a otras siglas partidistas diferentes a las de su partido original, el PRI. Y ahora, en plena decadencia (huérfano del empuje acometedor de quienes formaron recientemente su nomenclatura política, pero en reserva escondida para no hacer olas que los arrollen), el PRI se encuentra en la tesitura de decidir su futuro inmediato: despojarse de su actual dirigencia nacional y recomponer el rumbo manteniendo su actitud oposicionista, o, atendiendo a su actual circunstancia se suma al partido en el gobierno, con el elevado riesgo de ser absorbido por MoReNa (como sucedió con el PRD del cual se nutrió con sus mejores cuadros), porque ya en esa circunstancia la militancia priista, pragmática como suele ser, preferirá emigrar al partido dominante que seguir militando en una organización venida a menos. Tales son los posibles senderos de la disyuntiva priista, pero, como ciencia social la política se atiene a la comprobación de los hechos, esperamos programas, decía el ínclito.