Durante 26 años, desde que fue instaurado en 1996 por el dudoso presidente Ernesto Zedillo, cada que se atrasaba o adelantaba el reloj por el horario de verano publiqué y volví a publicar sendos textos en contra de la medida que según el gobierno de esa época y los siguientes que lo mantuvieron dejaba grandes beneficios al servicio de electricidad en el país.
Decían los asesores de Zedillo que el horario de verano servía para que ahorráramos luz, para que el sistema de producción de energía eléctrica se viera liberado de presiones, para que los usuarios pagáramos menos durante los meses de mayor luz solar, que no afectaba el ritmo circadiano de nuestros organismos y que colocaba al país en el concierto de los países desarrollados.
Decían, pero lo cierto es que durante estos 26 años -cinco de Ernesto Zedillo, seis de Vicente Fox, seis de Felipe Calderón, seis de Enrique Peña Nieto y tres de Andrés Manuel López Obrador- los mexicanos nunca vimos que nuestro recibo de la CFE se redujera de manera sensible, o que nuestra biología se adaptara fácilmente al adelanto de una hora por casi siete meses del año, o que la producción eléctrica nacional mejorara de forma ostensible, o que la Comisión dejara de perder tanto dinero como lo hace ahora.
Más bien fuimos un país de somnolientos por la hora de vida perdida cada noche y una nación de usuarios que siguieron pagando caro la luz, aunque es nuestra -y ahora nacionalizada casi, monopolizada-, y una masa ciudadana que se quejaba constantemente por esta imposición que duró tantos años, tantas presidencias y tantos partidos.
Recuerdo claramente que en el afán de convencer al respetable de lo bueno de esa medida, la Comisión Federal de Electricidad dijo allá por 1998 que había mandado a hacer un estudio con expertos de la UNAM y que habían concluido que el adelanto de una hora no afectaba para nada a los seres humanos. Nunca se dio a conocer oficialmente el al estudio, pero la publicidad cada año machacaba que no era cierto lo que decían millones de personas que se sentían mal con ese tiempo 60 minutos apresurado.
Pero por fin llegó el día.
Ayer por última vez, casi todos los mexicanos (con la sola excepción de los habitantes de Sonora, Quintana Roo y Chihuahua, que tienen sus propias razones) atrasamos nuestros relojes y volvimos a vivir a nuestras horas, en paz y con la conciencia tranquila de que no estábamos tratando de engañar a nuestro organismo.
Ha terminado el horario de verano, y todos estamos felices… ¿Ya vio qué bonito se ve el día que amanece cuando tiene que ser y que bien se ven nuestras caras por fin debidamente descansadas?
Felicidades para todos nosotros.