“Dadle poder a un pen…tonto y hasta la forma de caminar le cambia”, es una frase que con harta y lúdica frecuencia hemos utilizado para referirnos a la metamorfosis inducida a un ciudadano cuando se siente inoculado e investido de poder político, haciendo un fuerte contraste respecto a su condición inmediata anterior de cuando estaba ajeno a los resortes del poder. Aunque no estamos en situación de comprobarlo científicamente, al menos estadísticamente es comprobable, pudiéramos calificarlo como un fenómeno humano. Para no incurrir en tesis erróneas o carentes de sustento, preferimos acudir a exhumar casos que históricamente lo comprueban, por razones de espacio escogemos dos de pleno contraste: Muchos años antes de nuestra era, Creso fue un todopoderoso gobernante de Lidia que basaba su felicidad en la cuantiosa fortuna de su reino. En cierta ocasión, enterado de la visita de Solón a Sardes envió gente para atenderlo, con la consigna de mostrarle los tesoros que poseía, todo pertenecía a Creso. Invitado por el gobernante a un banquete, Solón se vio precisado a responder a Creso su pregunta acerca de quién de los hombres conocidos sería el más feliz, seguro que lo señalaría a él. Solón respondió: “Sí Rey, Telo, de Atenas, porque tuvo hijos buenos, vio nacer hijos de todos sus hijos y quedar todos en vida y combatió en la batalla de eleusis donde se batió muriendo heroicamente y como tal fue honrado en el sitio en que murió. Decepcionado, pero pensando que sería incluido aún en el segundo lugar, Creso insistió en su pregunta, pero las respuestas no lo incluyeron. Creso exclamó: ¿Tan en poco tienes mi prosperidad que ni siquiera me comparas con hombres del vulgo? Solón adujo: “El hombre muy rico no es más feliz que el que vive al día si la fortuna no lo acompaña hasta acabar la vida en toda su prosperidad. Muchos hombres opulentos son desdichados y muchos que tienen hacienda moderada son dichosos…el rico es más capaz de satisfacer sus deseos y de hacer frente a la calamidad, pero el afortunado no tiene achaques ni enfermedades, está libre de males, es dichoso, en sus hijos. Si además termina bien su vida he aquí el hombre que buscas, el que merece llamarse feliz; pero no antes de que termine su vida, solo llámalo afortunado, no feliz”. La respuesta no fue del agrado de Creso, quien menospreció la sabiduría de Solón. Ambicioso de poder y no conforme con el que ya disfrutaba, Creso, desoyendo a sus asesores que pugnaban por hacerlo desistir de conquistar tierras cuyos habitantes comían lo que tenían, no lo que querían, inició una invasión a territorio persa, donde fue vencido por el rey Medo, Ciro “El Grande”, quien le perdonó la vida y lo mantuvo a su servicio, aunque ya alejado de los vapores del poder. Así concluyó la vida de Creso, no sin antes recapacitar tardíamente sobre las sabias y justas respuestas de Solón. “Algo está podrido en el Estado de Dinamarca”, escribió Shakespeare en Hamlet para ilustrar la decadencia reflejada en la clase dirigente de aquel país; con frecuencia se deformar en “no todo está podrido en Dinamarca” para acentuar las diferencias; como en nuestro caso, para abordar un ilustre contraste testimoniado en el testamento del Rey Luis XV de Francia, quien gobernó 60 años, tan longevo como su bisabuelo Luis XIV, el Rey Sol, pero que enfrentó las difíciles circunstancias que prohijaron el gran Movimiento social conocido como la Revolución Francesa, cuya erupción fue en julio de 1789, apenas algunos años después de la muerte de Luis XV en 1774. Durante su reinado se perdieron importantes posesiones coloniales, entre ellas Canadá a manos de los Ingleses, a quienes años antes había vencido en la famosa batalla de Fontanoy, una pírrica victoria que dejó en bancarrota el tesoro francés. Dice el testamento del rey que dio fama a Madam Pompadour y a la condesa De Barry sus preferidas: “…Si he cometido errores no ha sido por falta de voluntad sino por falta de talento y por no haber sido secundado como lo hubiera deseado…Prohíbo que haya grandes ceremonias en mis funerales y ordeno que mi cuerpo sea llevado a Saint Denis en la forma más modesta que se pueda. Ordeno que mi corazón sea llevado a donde está el del difunto rey, mi señor y bisabuelo (Luis XIV), ordeno que mis entrañas sean llevadas a Notre Dame, en París, para ser puestas detrás de las de Luis XIV…”. Como decían en la Roma clásica “Así transita la gloria en este mundo”. ¿Quo Vadis hombre?