jueves, abril 18, 2024

En la ruta del cambio

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Cuando preguntaban al presidente Juárez sobre las críticas a los resultados electorales que lo daban como vencedor en elecciones organizadas por su gobierno, respondía que no había otra manera de llevarlas a cabo porque nadie más se interesaba por impulsarlas y pocos asistían a las urnas. No incurría en sofismas el Benemérito, porque aún en tiempos de Porfirio Díaz se advertía el escaso interés por participar en las elecciones, había “poco pueblo político”, se decía. Más aún, todavía en los inicios de la segunda mitad del siglo XX desde el gobierno federal se exigía votar a los empleados públicos, a cambio de conservar sus lugares de trabajo en la burocracia o sufrir descuentos en la nómina quincenal. Para nadie es un secreto los elevados índices de abstencionismo en elecciones constitucionales, muchas son las causas, entre ellas el subdesarrollo político del país influido por supuesto por el imperio hegemónico del PRI en elecciones en las cuales siempre ganaba y cuando perdía arrebataba. Ese contexto sociopolítico se correspondía con la inmadurez democrática y la ausencia de instituciones garantes del respeto al voto e impermeables a las consignas devenidas desde el poder. En el México posrevolucionario destacan dos elecciones presidenciales conflictivas al grado de lamentables hechos violentos: la de 1940, cuando al candidato del PRM, Manuel Ávila Camacho, venció al general Juan Andrew Almazán: “Las clases medias – comenta José López Portillo en sus Memorias – se volcaron a favor de Almazán. Campesinos y Obreros, así como el Ejército, se mantuvieron leales al PNR, (sic, fue al PRM) aunque muchos militares apoyaban decididamente a Almazán”. El día de los comicios hubo disturbios y balaceras alrededor de los centros de votación, no pocos muertos resultaron de aquella fuerte disputa entre los grupos que luchaban por el poder político. Se impuso Manuel Ávila Camacho resultó el ganador con 2 millones 476 mil 641 votos, contra 15 mil 101 votos, una contabilidad bastante discutida. No sucedió así en 1946 cuando el PRI postuló a Miguel Alemán Valdés, quien venció a su oponente, Ezequiel Padilla, en elecciones relativamente tranquilas. Pero en la elección de 1952, el general Miguel Enríquez lanzó su candidatura para competirle la presidencia a don Adolfo Ruiz Cortines, del PRI, y sucedieron encuentros violentos con incierto número de muertos. A partir de esta última elección presidencial el PRI, convertido ya en una maquinaria electoral mostró su hegemonía lo cual permitió-haya sido como haya sido- sucesiones de poder pacíficas y en orden a partir de la segunda mitad del siglo XX. Aunque la armonía se interrumpió cuando la elección presidencial de 1988 cuyos resultados fueron puestos en duda, por lo que una vez en el gobierno Carlos Salinas de Gortari tuvo que ceder espacios a los partidos de oposición (PAN y PRD, principalmente) y ciudadanía organizada (Mesa de Bucareli, Grupo San Ángel) que dio origen a las reformas electorales, fuente de la cual emergió el IFE en 1990  y su vertiginoso desarrollo alcanzó la mayoría de edad pues en solo seis años maduró para sacar de la organización de las elecciones al gobierno en la elección intermedia de 1997. Convertido en INE en 2014 la lógica de perfeccionarlo siempre ha existido pues su existencia significa lucha por la sucesión pacífica y alternada de gobiernos en el país, a través de procesos electorales democráticos, con equidad y respeto a la diversidad política ajenos al fraude electoral; sin duda, gracias a su fortaleza institucional, el IFE-INE consolida el avance de nuestra democracia. Allí radica la raíz de las multitudinarias manifestaciones de ayer en diferentes ciudades de México, en protesta porque el denominador común en la percepción ciudadana priva la de modificarlo para servir a propósitos partidistas. Respecto a las marchas pro INE, cada quien está en libertad de darle la lectura según su visión e interés particular, pero sin duda como toda obra de manufactura humana es perfectible y susceptible de mejorarse, para perfeccionarla no para menguarla o restarle el impulso democrático que lo anima.

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