jueves, abril 18, 2024

Ser economista (o por qué no puedo estar callado)

Expresión Ciudadana

Con motivo de que este 6 de noviembre se celebró el día mundial del economista, ruego a mis lectores permiso para hablar en primera persona sobre un tema que desde mis primeros años me ha gustado mucho, la Economía. En realidad, no sé si eso es del todo cierto, ya que el tiempo y la memoria distorsionan los recuerdos resaltando unos y desvaneciendo otros, pero así prefiero recordarlos ahora.

Estaba yo cursando la preparatoria en la Escuela de Bachilleres Oficial B “Francisco Javier Clavijero” de mi ciudad de origen, y me enfrentaba a lo árido de las materias duras: la física, la química, las matemáticas y la economía, que eran el coco de todos mis compañeros de aula.

Fue entonces cuando uno de mis maestros, Alfredo Sosa, uno de esos grandes maestros de Veracruz y México que se distinguen por el compromiso con sus alumnos y con su patria, me empezó a hablar de las razones por lo que las cosas ocurrían y de la importancia del razonamiento lógico para explicarse los hechos. Quedé impactado, era tan sencillo entender la historia desde la perspectiva del materialismo histórico.

Después, al empezar a leer a Adam Smith, a David Ricardo, a Jean-Baptiste Say, a Keynes y por supuesto a Marx, y a Engels; me ayudaron a comprender la naturaleza de grandes acontecimientos de la humanidad, de los movimientos sociales, del origen de la represión, de la opresión, de la religión, de los conflictos bélicos, de la revolución industrial, de la expansión del capital financiero, del capitalismo, del socialismo y del comunismo. Así descubrí que me sentía irremediablemente atraído por una ciencia que con una facilidad pasmosa explica las razones de la evolución de la raza humana y de su estado actual. Estudiar economía se convirtió así en mi objetivo de vida.

Felizmente y después de estudiar arduamente pude acreditar el examen de ingreso y accedí a la Facultad de Economía de la UNAM, en Ciudad Universitaria. Resultó apasionante: Tener profesores de la talla de Ifigenia Martínez, Arturo Huerta, José Luis Calva, Jorge Basave, Elena Sandoval, Elvia Castañeda, León Bendesky, Antonio Gazol, David Ibarra, Emilio Sacristán Roy, Juan Pablo Arroyo, Rolando Cordera, Ciro Murayama, Clemente Ruiz, Carlos Tello, Felipe Zermeño y tantos otros extraordinarios maestros, fue de verdad un privilegio.

En mi Alma Mater aprendí que la Economía es la ciencia social que estudia cómo los individuos o las sociedades usan o manejan los recursos para satisfacer sus necesidades, estudiando también la creación de la riqueza y la producción, así como la distribución y el consumo de bienes y servicios.

Supe que el estudio de la economía se basa en la organización, interpretación y generalización de los hechos que suceden en la realidad. Que la Microeconomía es una de las dos vertientes en las que se divide la economía y que realiza el estudio de las unidades económicas, es decir, las personas, las empresas, los consumidores, los productores y en general de cualquier entidad que se relacione de manera individual con el funcionamiento de la economía.

En mi Facultad conocí que la Macroeconomía, la otra rama en que se divide esta ciencia, se encarga de estudiar el comportamiento y el desarrollo agregado de la economía, haciendo referencia con esto a la suma de un gran número de acciones realizadas por las unidades económicas de una región, provincia, estado o país. Esto es, que la Macroeconomía no estudia las acciones de unidades, sino la tendencia de las acciones de éstos.

Me enteré también que para ser profesional de esta disciplina tenía que aprender a dominar las matemáticas y la estadística, ya que el estudio de la economía las utiliza, a través de la econometría, en el desarrollo y prueba de modelos económicos, que no son otra cosa que la conceptualización mediante la cual se pretende representar matemáticamente y de forma simplificada la realidad, para así poder establecer y cuantificar las relaciones entre las variables económicas que se analizan.

Con estos conocimientos comprendí que se pueden formular principios económicos que son muy útiles en el diseño y formulación de políticas para la solución de problemas económicos. De esta manera, la economía puede explicar los hechos ocurridos en el pasado, analizar el presente y realizar pronósticos sobre el comportamiento económico en el futuro.

Y que lo anterior permite el diseño y la implementación de políticas económicas en un país o una región y que éstas deben tener como objetivo primordial el beneficio de sus habitantes, satisfaciendo sus necesidades y por ende, su calidad de vida.

De mis mentores aprendí que ser un economista de mediano nivel cualquiera lo puede ser, sin embargo, para ser un buen economista es necesario contar con tres cosas que son indispensables: Sensibilidad y Compromiso Social, Olfato y Rigor: la sensibilidad y el compromiso se derivan de principios y convicciones que se forman en el seno familiar y se modelan en la escuela; el olfato de economista se entrena y se desarrolla con el tiempo y el rigor necesita de herramientas y formación, que son estas últimas, las cosas que debe uno aprender en la universidad.

Por eso, desde mi óptica, la mejor definición del economista la escribió Keynes, quien afirmaba: “…el gran economista debe poseer una rara combinación de condiciones. Tiene que llegar a mucho en diversas direcciones y debe combinar facultades naturales que no siempre se encuentran reunidas en un mismo individuo. Debe ser matemático, historiador, conocedor de la política y la filosofía. Debe dominar el lenguaje científico y expresarse y hacerse entender en lo vulgar, contemplar lo particular en términos de lo general y tocar lo abstracto y concreto con la misma altura. Debe estudiar el presente a la luz del pasado y con vistas al futuro. Ninguna parte de la naturaleza del hombre ni de sus instituciones debe ser olvidada por él. Ha de ser simultáneamente desinteresado y utilitario; tan fuera de la realidad y tan incorruptible como un artista y, sin embargo, tan cerca de la tierra como un político…”

Por eso la mayoría de los economistas son buenos ciudadanos y ser un buen ciudadano, como lo dijo Denise Dresser, parte del compromiso de llamar a las cosas por su nombre.

De descubrir y decir la verdad. De denunciar a los corruptos, de decir a los abusivos que dejen de serlo. De señalar a los que han saqueado al país y a nuestro estado y decirles que no tienen derecho a hacerlo. De mostrar con nuestros actos que somos mejores que los políticos y que no merecemos los gobiernos que tenemos.

De sentirse indignados ante las injusticias, las corruptelas y la impunidad. De subrayar el cinismo, las ocurrencias, el populismo y la frivolidad con que se conducen los gobernantes.

Por eso, para tener un mejor país los economistas y los buenos ciudadanos deben criticar la corrupción, defender a los que grupos vulnerables, dar voz a los que no la tienen, abanderar las causas sociales, enfrentar y retar al poder, denunciar a los opresores.

Empero, también los buenos economistas y los buenos ciudadanos deben ser propositivos. No se deben conformar con señalar lo malo o equivocado, sino también empeñarse en formular propuestas para mejorar las cosas. De buenos economistas ubicados en los puestos de toma de decisiones requiere nuestra patria. Urgen en nuestro Estado. Necesita la sociedad.

Por eso no me puedo callar, por eso siempre diré lo que pienso con respecto a los individuos que llegan al poder para enriquecerse, cuestionaré a los gobiernos se olvidan de trabajar por el bien común. Siempre seré entonces un aspiracionista, porque aspiro a ser un buen economista y a ser un mejor ciudadano.

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