sábado, noviembre 23, 2024

¿A qué le teme López Obrador?

Serpientes y Escaleras

Salvador García Soto

La obsesión enfermiza con la que Andrés Manuel López Obrador intenta aniquilar o neutralizar al INE, para volverlo un órgano inoperante, sin dientes y sumiso ante el poder político, revela algo más que deseos de venganza y revancha contra el órgano electoral, como muchos piensan. Pareciera que, más allá de los resentimientos que lo mueven, en este como en la mayoría de las decisiones de su gobierno, también hay miedos y temores ocultos del presidente que, aunque no confiesa públicamente, lo mueven en su enfermiza animadversión hacia las instituciones electorales autónomas y ciudadanas.

Ese miedo inconfesable de un mandatario que, en el discurso se dice aclamado por el pueblo, todo poderoso y con un partido político que se ha vuelto una maquinaria de Estado, pero en los hechos actúa como un presidente inseguro y temeroso de que Morena y su 4T no puedan ganar las elecciones de 2024 ni mantenerse en el poder. Y por eso insiste, tan desesperadamente, en que su mayoría legislativa apruebe, rápido, a ciegas y sin chistar, una reforma electoral a leyes secundarias con las que intenta debilitar y someter al árbitro electoral para que sus candidatos puedan hacer lo que les dé la gana, incluso violar la ley sin ser sancionados, mientras él puede darles vida eterna a sus partidos satélites y vuelve al INE inoperante, sin personal ni recursos suficientes, para garantizar la legalidad y certeza de las elecciones.

A nadie, más que al partido en el poder y al presidente, les conviene una reforma tan regresiva y autoritaria como la que están aprobando en el Senado de la República. Porque con árbitros débiles y recortados en sus funciones y presupuesto (tanto el INE como el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación) se asegura que en un escenario de un resultado cerrado en los comicios del 2024, incluso en una elección dudosa o en la que se hayan utilizado recursos públicos desde el aparato gubernamental, se pueda imponer un triunfo del partido gobernante, en este caso de Morena, al más puro estilo del «haiga sido como haiga sido», que el mismo López Obrador dice que le aplicaron en el 2006.

Ese parece ser el miedo y la verdadera motivación por la que el mandatario insiste en modificar al instituto ciudadano que, según su retórica, le «robó» la Presidencia en 2006, aunque al final es el mismo instituto que en 2018 le reconoció, legitimó y anunció el triunfo inobjetable por el que hoy gobierna. Porque si se sintiera tan seguro como tanto se ufana y si creyera que Morena va a arrasar con cualquiera de sus tres «corcholatas» en la elección presidencial dentro de año y medio ¿cuál sería la necesidad de estar presionando al Congreso y atropellando todos los procesos parlamentarios junto con la dignidad del Poder Legislativo para imponer a como dé lugar una reforma que amenaza la certeza y seguridad de nuestras elecciones y de paso pone en riesgo a la democracia mexicana?

Bien dicen que detrás de un fanfarrón se esconde un gran cobarde y un miedoso e inseguro y así se está comportando el presidente con sus adefesios de reforma electoral impuesta y sin consenso de todas las fuerzas que participan en el juego democrático.

Sin que suene exagerada la comparación, López Obrador está actuando en materia electoral y democracia como los agresores de mujeres y feminicidas, con el mismo nivel de crueldad y cobardía: como no pudo matar al INE ni desaparecerlo con su fracasada y rechazada reforma a la Constitución, ahora lo que hace es tratar de desfigurarlo y dejarlo dañado y afectado con sus reformas secundarias que recuerdan al acto vil y despiadado de los poco hombres que le lanzan ácido en el rostro y el cuerpo a mujeres a las que quieren dañar porque los dejaron. Así de resentido, inseguro, miedoso y, sobre todo cobarde, actúa el presidente que dice estar «transformando» al país.

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