En el “Sin tacto” de ayer mencioné que el arquitecto o ingeniero que dirigía una casa en construcción que llevaba mucho tiempo y no la terminaba, se parecía a Penélope, porque en la noche deshilaba lo que había tejido durante la jornada de trabajo.
Otro amable lector me hizo el favor de preguntarme a quién me refería cuando hablaba de esa tal Penélope y si tenía algo que ver con la famosa canción de Joan Manuel Serrat.
Aprovecho para salirme por hoy del tema incesante de los infortunios gubernamentales que padecemos los mexicanos todos los días, y contaré el chisme mitológico de Penélope, que muchos conocen pero otros no, y es bastante sabroso de platicar.
Penélope ciertamente es la protagonista de una famosa canción del cantautor catalán, y le puso tal nombre inspirado en la reina de Ítaca, que esperó 20 largos años a su esposo Ulises, según se relata en La Odisea, el otro libro fundacional de la literatura griega junto con La Ilíada, atribuidos ambos a Homero.
Penélope fue la esposa de Ulises, el rey de Ítaca, que acompañó a sus homólogos griegos a guerrear contra los troyanos y que gracias a su astucia hizo ganar a los aqueos con la estratagema del caballo de Troya.
Pero empecemos por el principio. Todo comenzó en la boda de Peleo con la nereida Tetis, quienes serían padres de Aquiles. Resulta que todos los dioses fueron invitados al banquete menos Eris, la diosa de la discordia, quien enojada lanzó una manzana de oro en medio de la fiesta, que tenía una inscripción: Para la más bella.
Y resulta que tres diosas pensaron que la merecían, con lo que se inició una disputa que solamente pudo zanjar Zeus, quien nombró a París, un príncipe troyano, como árbitro para que determinara quien era la ganadora entre Hera (Juno para los romanos), Atenea (Minerva) y Afrodita (Venus).
Como los dioses eran muy dados a la corrupción al igual que los prianistas (según dice el honesto AMLO), las tres deidades se acercaron a París y le ofrecieron sendos premios: Hera le ofreció el poder, Atenea la sabiduría y Afrodita el amor.
París le otorgó la manzana a la diosa del eros, y ella le pagó ayudándole a que raptara a quien era considerada la mujer más bella del mundo, Helena, esposa de Menelao, el rey de Esparta. Obvio, Afrodita hizo crecer el amor entre ambos, y Helenita se fue muy contenta con su joven y apuesto príncipe, quien la llevó a vivir al palacio de su padre, el rey de Troya, de nombre Príamo.
Y, como dicen los españoles, aquí empezó el follón.
Pero esta historia -o chisme- la continuaremos mañana.