Para quienes dudan del entrelazamiento político y económico existente entre países vecinos como México y los Estados Unidos, para convencerlos bastará recordar los innumerables intentos de intervención en los asuntos internos de nuestro país, para bien (según quien lo vea) en el caso de Lincoln reconociendo y apoyando a Juárez, y para mal cuando el embajador Henry Lane Wilson intervino en el sangriento episodio nacional conocido como Decena Trágica que arrebató la vida de Madero y Pino Suárez, entre muchos otros. Fresca en la memoria está la conducta de la elite política nacional, cuando el presidente electo emprendía una gira hacia los Estados Unidos como gesto de buena voluntad, y acaso como subliminal mensaje y deseo de llevar la fiesta en paz entre los gobiernos de ambos países. Cuánto alborozo despertó el reconocimiento de “Mister Amigo” otorgado al presidente Alemán en señal de la estrecha colaboración comercial y turística iniciada entre México y los Estados Unidos. La cercanía y el resentimiento histórico por la pérdida de más de la mitad del territorio perteneciente a México ha introducido señalados desencuentros entre los presidentes de aquí y de allá, aún se recuerda cuando a un reclamo del presidente Lyndon Johnson relativo al paso de drogas hacia aquel país, afirmaba que México era el trampolín, y el presidente Díaz Ordaz de inmediato respondió: “donde hay un trampolín es porque hay una alberca”. En tiempos de Echeverría las relaciones no fueron muy tersas debido a su empeñosa inclinación de convertirse en líder de los países del Tercer Mundo pisando callos a los intereses de los Estados unidos. López Portillo tuvo desencuentros cuando apoyó a “los muchachos” (Andrés Ortega, entre otros) que hacían la Revolución en Nicaragua para derrocar a Somoza y al triunfo de esa Revolución fue prodigo regalándoles petróleo. De la Madrid aceptó formar parte del Grupo Contadora, integrado en enero de 1983 también por Colombia, Venezuela y Panamá, con el propósito de pacificar Centroamérica, aunque chocaba con la línea de los Estados Unidos, confrontado entonces con la URSS y Cuba en plana Guerra Fría. Pudiéramos citar muchos episodios más relativos a encuentros y desencuentros entre los gobiernos de México y los EEUU, en un intento por explicar el impacto del contenido del libro de Mike Pompeo (quien fuera Secretario de Estado en tiempos de Trump) recientemente publicado, en donde aborda asuntos relativos a la actividad diplomática de Marcelo Ebrard. Todo a causa de su condición de precandidato de MoReNa a la presidencia de México, pues Pompeo, señala que Ebrard aceptó sus propuestas de recibir migrantes expulsados de aquel país hacia el nuestro. El Canciller lo niega y lo atribuye a la campaña de Pompeo en busca de la candidatura del Partido Republicano a la presidencia de aquel país. En un capítulo del libro, Pompeo alardea que había sido “demasiado fácil” inducir a Ebrard a aceptar sus condiciones, en esto coincide con el dicho de Trump cuando éste refirió que había “doblado” a funcionarios mexicanos en materia migratoria. ¿Dónde está la verdad? Lo sabremos con el desarrollo de los acontecimientos, pero queda confirmado el indudable y acaso inevitable vínculo que la geopolítica impone en las relaciones de los gobiernos de México de y los Estados Unidos. Por lo pronto, quizás involuntariamente contribuye con el golpeteo a Ebrard pues sus adversarios sacarán raja de ese libro, de trámite allá, relevante aquí.