Juegos de Poder
Uno de los temas que mueve a López Obrador es la soberanía energética, que entiende como el fortalecimiento de las dos empresas del Estado mexicano: Pemex y la CFE. El mandatario es un viejo estatista que no cree en la economía de mercado cuando se trata de energía. Se vale, es parte de su ideología. El problema es que su estatismo no ha dado resultados. Por el contrario, la empresa petrolera mexicana ha sido un desastre durante su sexenio.
Lo dicen los números.
Veamos el principal negocio de Pemex, es decir, la producción de crudo. Ahí es donde los márgenes de ganancia son enormes, sobre todo ahora en que el precio de los hidrocarburos ha subido tanto por la invasión rusa a Ucrania. Bien decía John D. Rockefeller que “el mejor negocio del mundo es una compañía petrolera bien administrada; el segundo mejor negocio del mundo es una empresa petrolera mal administrada”. Ya sabemos que Pemex ha sido históricamente una compañía muy mal gestionada. Sin embargo, por los altos márgenes que existen, la explotación de crudo deja mucho dinero al erario. De ahí la importancia de extraer la mayor cantidad de hidrocarburos posible.
Bueno, pues en este rubro, este gobierno ha sido un fracaso.
Como presidente electo, en 2018, López Obrador dijo: “Ya se tiene una proyección, nosotros lo que queremos es llegar a finales del sexenio a una producción de, cuando menos, dos millones 600 mil barriles, es decir, aumentar 800 mil barriles la producción actual”. En ese momento, Pemex extraía un millón 800 mil barriles diarios. O sea, el nuevo mandatario quería un incremento de nada menos que del 44% en su sexenio. Y su propuesta era que Pemex lo hiciera solito, sin asociarse con otras empresas, sin licitar nuevos campos prospectivos a la iniciativa privada.
Perfecto. Acorde a estos objetivos, el Plan de Negocios 2019-2023 de Pemex preveía que en 2022 la producción de crudo estaría en dos millones 300 mil barriles diarios.
Miremos los resultados. De acuerdo con datos de la Comisión Nacional de Hidrocarburos, dados a conocer ayer por El Economista, la producción nacional de petróleo fue de un millón 622 mil barriles diarios. La extracción cayó en 2.5% en relación con 2021, “teniendo así su mayor caída de los últimos tres años y el menor nivel desde 1979, cuando se ubicó en un millón 461 mil barriles diarios”.
En 1979 gobernaba otro López: López Portillo. En 2022, tenemos a López Obrador. Ambos estatistas. La diferencia es que el primero logró un incremento en la producción petrolera del 200% durante su sexenio. Claro, porque se descubrió Cantarell, uno de los campos más grandes del mundo. Con López Obrador, en cambio, la producción ha caído 11% en sus primeros cuatro años de gobierno.
Es peor aún el desempeño de Pemex, porque la producción de esta empresa sola, sin ningún tipo de asociación con otras compañías, tuvo una caída entre 2022 y 2021 de 5.6% “al promediar un millón 443 mil barriles por día, en contraste con la producción de un millón 528 millones de barriles por día” el año pasado.
Dirá el gobierno que, a diferencia de López Portillo, López Obrador no tuvo la fortuna de encontrar un campo como Cantarell. Cierto. Pero el Presidente fue el que puso la meta de llegar a dos millones 300 mil barriles diarios en promedio para 2022. Y resulta que la extracción cayó llegando a un millón 622 mil. ¡La diferencia entre la promesa y la realidad es de menos 29.5%!
Prometer no empobrece. El papel lo aguanta todo. Un político puede afirmar que bajará la Luna a la Tierra y poner en un documento cómo lo hará. Pero, de ahí a hacerlo realidad, hay un gran trecho.
López Obrador bramó en contra de la reforma energética de Peña. Aseguró que no servía para nada y que él tenía la solución: regresar a las épocas gloriosas de un monopolio del Estado que extrajera cada vez más petróleo. En sus planes imaginó detener la caída en la producción de crudo y revertirla. Estamos en 2023 y resulta que el descenso continúa, de tal suerte que la producción está en niveles de 1979.
Un desastre.
Como hay muchos en este gobierno. Por eso, el Presidente prefiere hablar del juicio de Genaro García Luna en Estados Unidos. Ya dijo que le va a dar un seguimiento diario. Claro, es un espectáculo sensacional que desvía la atención de los problemas reales de este gobierno. Y, por cierto, se lo están proveyendo los fiscales estadunidenses, porque los mexicanos son incapaces de investigar a funcionarios corruptos del pasado. Ahí está el caso de Emilio Lozoya, que se encuentra atorado. Ni qué decir de Peña Nieto, quien vive plácidamente en España.