Inmersos como estamos en una intensa vorágine de acontecimientos de orden mundial y nacionales pasó inadvertida en el oficialismo la conmemoración del episodio histórico conocido como “La Decena Trágica”, muy extraño porque constituye uno de los periodos que el actual gobierno de nuestro país ha privilegiado en su moderna concepción de nuestro proceso histórico. Incluso en los medios poca mención se hizo, excepto El País, donde se escribió sobre la asonada militar iniciada el 9 de febrero de 1913 y concluyó con el magnicidio de Francisco I Madero y del Vicepresidente José María Pino Suárez, el 22 de ese mes; días antes había sido masacrado en la Ciudadela el diputado Gustavo Madero, hermano del presidente mártir. En ese lapso, triunfó la Conjura de militares empujados por la reacción porfirista en Plan diseñado desde la embajada de los Estados Unidos, representada por Henry Lane Wilson. En realidad, la agresión a Madero y su gobierno era un secreto a voces, así se lo expuso al presidente, meses antes, una Comisión de diputados afines, en voz de don Luis Cabrera quien le advirtió de fuerzas trabajando para derrocarlo. Pero en realidad, las semillas de esa ortiga se incubaron en los términos de los Tratados de Ciudad Juárez, en 1911, desfavorables a la causa revolucionaria que dejaron inconformes a zapatistas y villistas, las columnas armadas de aquel Movimiento, que hizo exclamar a Carranza, gobernador de Coahuila: “Revolución que transa, Revolución que se pierde”, tal cual sucedió porque el gobierno de Madero no prometía cambio sustantivo en las condiciones sociales del país. “Hombre bueno”, se decía de Madero, muy cierto quizás, pero esa virtud en los tiempos aquellos no bastó para tranquilizar las intrigas ni la pugna por el poder. La Historia sigue siendo un recipiente caudaloso de acontecimientos, muchos de los cuales son registrados en privilegio sobre de mayor rango realmente acontecidos, pero el hecho de que el protagonista principal sea el hombre con su carga de intereses no pocas veces la distorsiona. Por caso, a don Venustiano Carranza, poco se le ensalza pese a haber impulsado y encabezado la reacción contra Vitoriano Huerta y su propuesta de reforma constitucional y formular la Constitución que nos rige; mucho tiene que ver el hecho de que sus sucesores en el mando político, sus mortales adversa, Obregón y Calles, no instituyeron la medida de sus méritos. Muy opuesto a lo que hizo Porfirio Díaz con la imagen de Benito Juárez, su adversario político, a cuya memoria erigió un nicho histórico proseguido por quienes han ejercido el poder en nuestro país. No tanto que la Historia esté colmada de “mentiras”, sino que en política cada quien lleva agua a su molino según soplen los vientos.