Durante los muchos años de hegemonía política del PRI los reflectores noticiosos enfocaban primordialmente a todo cuanto se hacía y deshacía en ese partido, en consecuencia colateralmente se destacaban las acciones de los actores priistas del momento. Poco se atendía a los opositores, por mucho que denunciaran las desviaciones del régimen no encontraban eco; el PRI, la CTM, la CNOP, la CNC, el Congreso del Trabajo, lo llenaban todo. Pero todo eso se asentaba sobre condiciones sociales que como caldo de cultivo hervían en el contexto socioeconómico del país, bullían ya la pobreza extrema, la desigualdad social y familias desintegradas por el gran número de migrantes hacia el norte de la república. La inconformidad social afloraba como un fantasma encarnado, y la adversidad política comenzó a soplar en contra del PRI hegemónico. Aunque es posible reseñar muchas causas más de la defenestración priista, ese ángel caído dispuesto a resucitar, este es solo un sumario. El PRD fue el partido de la esperanza para lograr un cambio sociopolítico en el país, la abultada colección de votos obtenida en 1988 por sus fundadores así lo auguraba; pero lo frustró la implementación de una estrategia errónea, envanecida por creerse su cuento de haberle ganado el Frente Democrático Nacional electoralmente al PRI-gobierno en 1988, pese a no contar con la estructura necesaria para competirle. Sobre esa base centraron sus fines en desaparecer al PRI del escenario nacional, pero los resultados electorales de 1994 dimensionaron mejor su condición de partido opositor, con Muñoz Ledo al frente coadyuvaron a impulsar las reformas electorales junto con el PAN y así acondicionaron su gran triunfo en 1997 en el Distrito Federal. Incluso en el 2000, cuando todo mundo pensaba en un triunfo de la izquierda, fue el PAN quien dio la sorpresa. Ahora, el PRD luce desinflado, descerebrado a causa de la fuga de sus cuadros más destacados, López Obrador incluido, para formar MoReNa. Y el PAN, fundado en 1939 para contrarrestar las acciones de gobierno que consideraban orientadas hacia el comunismo; gobernaba entonces el general Lázaro Cárdenas y el partido oficial era el Partido de la Revolución Mexicana (PRM- 1938). Ciertamente, el PAN fue siempre un partido de auténtica oposición al PRI, y pese a severas crisis internas mantuvo invariable su línea ideológica, hasta que en la década de los noventas, tras la escisión del Foro Doctrinario y Democrático (1992), sus dirigentes optaron por un pragmatismo negociador, abrieron puertas al sector empresarial y los frutos de esa estrategia, adobada por un colaboracionismo rentable, llegaron pronto al culminarla con la primera alternancia presidencial en el 2000. Con ese bagaje histórico a cuestas, y más, esta trilogía partidista se apresta a dar la pelea electoral en el estado de México en junio próximo y en 2024. Está claro que muchos actores priistas cuyo brillo resplandecía durante el periodo hegemónico permanecen “en sueños”, temerosos de ser pisados por la cola tan larga que desarrollaron, esos están a la espera de condiciones para resucitar bueno sería que no lo hicieran por el bien de México. Que la pugna se establezca entre actores políticos dignos de una lucha por el cambio, de uno y otro lado, porque está en juego el futuro inmediato del país. “En los nidos hogaño ya no hay pájaros de antaño”, decía Cervantes, y “aún hay más”, anunciaba el clásico dominical de la televisión Raúl Velasco, porque este show continuará.