Serpientes y Escaleras
Salvador García Soto
Van por lo menos tres ocasiones en las últimas dos semanas que López Obrador refiere en su mañanera lo sucedido en la sucesión presidencial de 1940. A la menor provocación e incluso sin que se lo pregunten, el Presidente saca a colación la forma en que el general Lázaro Cárdenas –uno de los tres presidentes históricos que más admira el tabasqueño— decidió y enfrentó el dilema sobre quién sería su sucesor, en medio de presiones internas y externas en torno al rumbo futuro del país: si profundizar en el movimiento cardenista y sus reformas socialistas u optar por un perfil más moderado para volver a la Revolución al centro, ante el gran crecimiento de la derecha opositora y la presión de Estados Unidos que veía riesgos de un viraje al comunismo en el México de la Segunda Guerra Mundial.
En cada comentario que ha hecho en público en sus mañaneras sobre el tema, igual que el año pasado lo llegó a comentar en encuentros privados con sus colaboradores y con gobernadores de Morena, López Obrador siempre refiere que, con todo y su admiración a Cárdenas, a él no le pasará lo mismo que al general al momento de decidir sobre su propia sucesión, ya que el michoacano terminó sacrificando a Francisco Múgica, su paisano y pupilo más cercano, y quien le garantizaba la continuidad y profundización de las trascendentes reformas cardenistas, para optar al final por el general Manuel Ávila Camacho, quien era visto como una opción más moderada que garantizaba más la continuidad del proyecto revolucionario, a partir del crecimiento de la oposición derechista con Andrew Almazán y la visión de Washington que percibía a Múgica como amenaza comunista.
Es interesante que a 18 meses de que entregue el poder y cuando faltan solo tres meses para que arranque el proceso interno de Morena para elegir a su candidato presidencial, con la emisión de la convocatoria para la nominación a partir del 15 de junio próximo, López Obrador insista en referir y comparar la sucesión de Lázaro Cárdenas con la suya, sobre todo para insistir en que él no va «a cometer el mismo error» que en su momento tuvo el michoacano. Primero porque no hay mucho punto de comparación en los contextos sociales, políticos ni en la coyuntura histórica entre la sucesión del 2024 y la ocurrida en 1940, y segundo porque el Presidente parece estar anticipando que él también enfrentará fuertes presiones, internas y externas, quizás no por el contexto de una guerra mundial y de la posterior guerra fría, pero sí por una situación crítica del país en materias como la economía, la inseguridad y el narcotráfico.
Y es ahí donde las constantes referencias de López Obrador al fantasma de la sucesión cardenista empiezan a cobrar cierto sentido. Si en 1940 los diplomáticos estadounidenses veían con recelo y preocupación una continuidad del cardenismo izquierdista en la persona del general Múgica, ante el temor que entonces había en Washington por el avance de la ideología soviética comunista en México, hoy las presiones y las preocupaciones de la Casa Blanca en el contexto de la sucesión lopezobradorista, se refieren a temas mucho más prácticos y apremiantes para ellos en la relación con su principal vecino y socio comercial: el crecimiento de la producción y tráfico de fentanilo mexicano a su territorio, provocando una epidemia de más de 100 mil muertos, y las reformas de este gobierno que afectan intereses comerciales estadounidenses en temas como la energía y el maíz transgénico.
El reciente episodio de violencia en el que miembros del Cártel del Golfo asesinaron brutalmente a dos ciudadanos estadounidenses y otros dos fueron secuestrados y heridos en la ciudad de Matamoros, escaló esas presiones en contra del gobierno mexicano y dejó en claro que, junto con su reclamo por la falta de combate y desmantelamiento de los cárteles que están llevando el fentanilo desde México a la Unión Americana, el gobierno de Biden llevará este tema hasta las últimas consecuencias no sólo para exigir justicia y que caigan cabezas importantes del Cártel del Golfo, sino también para aumentar su exigencia de que las autoridades mexicanas acepten la colaboración de las agencias estadounidenses en el combate y desmantelamiento de los laboratorios de fentanilo.
En ese sentido apunta la reunión que ayer sostuvo el embajador Ken Salazar, junto con la asesora de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, Liz Sherwood Randall, con el fiscal General de la República Alejandro Gertz Manero, para hablar del reforzamiento del combate al fentanilo y a los cárteles que lo producen en México. Está claro que para frenar las presiones de los republicanos, que piden declarar como terroristas a los narcos, para autorizar así que fuerzas estadounidenses los combatan en territorio mexicano, el gobierno de Biden exigirá acciones y golpes puntuales a la administración de López Obrador. Por eso ayer, una vocera de la Casa Blanca, Karine Jeane Pierre, descartó que el gobierno estadounidense pueda designar como terroristas a los cárteles mexicanos, con lo que frenan las intenciones de los republicanos en el Congreso.
Al final, en espera de que México y López Obrador modifiquen su política de tolerancia a los cárteles que producen el fentanilo, lo que es un hecho es que la seguridad y el narcotráfico serán el tema con el que, desde Washington, demócratas y republicanos utilizarán a México y a su Presidente como «piñatas» en su también próxima elección presidencial; pero lo más delicado, y eso es lo que sabe bien López Obrador, es que también la Casa Blanca y el establishment político estadounidense intentarán presionar e influir —bajo la lógica de que ellos votan pero si vetan en las elecciones presidenciales mexicanas— en la sucesión de 2024. Cárdenas tuvo que decidir el nombre de su sucesor pensando en el futuro de México; López Obrador ¿pensará en el futuro del país o sólo en el futuro de su movimiento político?