Estrictamente Personal
Raymundo Riva Palacio
El Chicago Tribune, el octavo periódico en circulación en Estados Unidos, pero uno de los que más ha contribuido a la historia del periodismo norteamericano, publicó ayer un editorial institucional que fue reproducido profusamente en los medios mexicanos y utilizado para criticar al presidente Andrés Manuel López Obrador. El diario lo llamó “delirante” y “mentiroso” por asegurar que en México no se producía ni se consumía fentanilo. En efecto, la mentira no pudo ser mayor; tres semanas antes, el secretario de la Defensa, Luis Cresencio Sandoval, había anunciado el aseguramiento del laboratorio de fentanilo más grande en el sexenio.
El editorial coincidió con el informe de Artículo 19 (Des)información oficial y comunicación social, que reveló que de 84 solicitudes de información y 34 declaraciones hechas por López Obrador entre 2019 y 2022, 26.5 por ciento era falso, 58 por ciento no presentó sustento que permitiera comprobar la veracidad o falsedad de sus dichos, en 5.9 por ciento se presentó información engañosa, 2.9 por ciento contenía información verificable pero sin poderla ubicar en su justo contexto, y sólo 5.6 por ciento tuvo pleno respaldo documental.
Durante las primeras mil mañaneras del Presidente, alcanzadas el 23 de diciembre, el promedio diario de afirmaciones falsas o no verificables fue de 94, de acuerdo con el seguimiento de SPIN Taller de Comunicación Política, que sumarían 94 mil, frente a las 30 mil mentiras de Donald Trump durante su presidencia, según un análisis de The Washington Post, que dio pie al Tribune para decir que “Estados Unidos votó para destituir a su mentiroso presidente en 2020, pero al otro lado de la frontera, México lidia con su propio líder delirante”.
Las falsedades o declaraciones que no pueden ser verificadas pueden golpear el sentido común de muchos. Decir que el Aeropuerto Felipe Ángeles es el mejor del mundo es una afirmación que no pasa la prueba del ácido, mientras que dar datos estadísticos de la época de la Colonia se vuelve imposible de verificar. Hay mentiras flagrantes montadas sobre realidades, como el superpeso que, sin embargo, no es resultado de sus políticas económicas. Los críticos sostienen que el Presidente dice mentiras o saca cotidianamente temas de la chistera para desviar la atención, y hablar de frivolidades o temas sin contexto ni trascendencia para no mencionar la violencia o los traspiés de su gobierno.
Sin embargo, el ser mentiroso no lo hace ser un mentiroso patológico. Es una estrategia para imponer su conversación e impedir que los medios y los actores políticos sean quienes lo hagan. López Obrador entiende, aunque sea intuitivamente, la teoría de la agenda setting, que hasta hace poco tiempo fijaban los medios de comunicación, que a través del procesamiento y filtración de la información, planteaban en la opinión pública aquellos temas que, por impacto y trascendencia, eran aquellos en los que había que pensar. La agenda de los medios se imponía de manera regular a la agenda de la clase política o la agenda pública.
Las mañaneras fueron la respuesta a la agenda setting de los medios. El propio Presidente lo admitió el viernes pasado, cuando, durante el memorable intercambio que tuvo en Palacio Nacional con Nayeli Roldán, reportera de Animal Político, sobre el espionaje del Ejército a un activista de derechos humanos en Nuevo Laredo, se negó a invitar a ese espacio al director del Centro Nacional de Inteligencia, como planteó la periodista, para que explicara el proceso de inteligencia del gobierno. “No tiene por qué venir”, respondió el Presidente. “Nosotros informamos, hoy mismo (lo que no sucedió, hasta ahora)”. La reportera preguntó por qué no, y el Presidente replicó: “Porque no es a partir de lo que a ustedes les conviene, que son contrarios a nosotros… ustedes no van a poner la agenda”.
La agenda de los medios, desde hace tres décadas, de manera sistemática, ha sido la rendición de cuentas para acotar y elevar los costos de la corrupción de los poderosos. Pero este proceso, para el Presidente, es un ejercicio que hacen sus adversarios políticos. Las mentiras y verdades dudosas, la desinformación y la propaganda, forman parte de la guerra cultural que libra López Obrador, que la caracteriza como una lucha entre el pasado que pretende mantener sus privilegios, y el presente y el futuro, que buscan acabarlos, y que se inscribe en un fenómeno mundial de acecho y destrucción de las democracias liberales, que promueven países de leyes, transparencia y libertades.
A quienes se enfrentan a las democracias liberales se les ha definido como populistas, que los hay en la amplia geometría política, pero que, de acuerdo con Harun Güney Akgül, doctorante en la Universidad de Wroclaw, que se ha especializado en la evolución de la esfera pública en Turquía y en comunicación política, los líderes políticos han causado una polarización al jugar con los valores sociales, para lo cual la utilización de noticias falsas ha sido fundamental. El declive de los valores democráticos, explicó, fueron victorias de líderes populistas, como Trump, Jair Bolsonaro en Brasil, o los ingleses que llevaron al Reino Unido al Brexit.
Greg Nielsen, de la Universidad Concordia en Montreal, sostiene que “las noticias falsas y los movimientos populistas parecen tener como rehén el destino de la democracia, un fenómeno que se explica en términos de estrategias geopolíticas y de relaciones públicas de oposición, que trasladan las audiencias hacia un régimen de posverdades, donde la emoción triunfa sobre la razón, la propaganda sobre el sentido común y el poder sobre el conocimiento”. Un estudio publicado por tres profesores del Instituto Tecnológico de Massachusetts, en 2018, encontró que las noticias falsas viajan en internet “más lejos, más rápido, más profundamente y más ampliamente que la verdad”, y las falsedades tienen 70 por ciento más posibilidades de ser reproducidas, en los medios digitales, que las verdades.
Esto es lo que hace López Obrador todos los días. Miente a conciencia, desinforma deliberadamente, ataca, distrae. Pero se equivoca quien lo analice y reaccione bajo esas categorías, porque contribuirá a que su estrategia se fortalezca, su proyecto se consolide y la democracia, como la conocemos hoy, desaparezca.