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Entre un gobierno que lo hace mal y un pueblo que lo consiente hay una cierta complicidad vergonzosa.
Víctor Hugo
Los problemas de nuestro país parecieran estar dándose, viviéndose y mirándose desde la indiferencia de muchos y la complicidad de otros muchos; desde la incapacidad institucional y la insolidaridad social; desde la bajeza de gobiernos y actores políticos y la mirada aterrada de una ciudadanía que prefiere no ver; desde la lucha y exigencia de sectores angustiados por los derroteros en los que habitamos y el desprecio gubernamental de su responsabilidad para encontrar soluciones.
Es triste que se ha vuelto habitual observar cómo se continúa, se profundiza, en un curso negativo, opuesto a las circunstancias que en 2018 movilizaron con esperanza a millones que mostraron su rechazo, pensando dar cauce a nuevas y distintas oportunidades para cancelar las impunidades, arbitrariedades y saqueos de clases políticas que asumieron sus quehaceres para fines mucho muy lejanos de las necesidades de las mayorías. Es triste que este curso que ahora vivimos, se parezca tanto al que no queríamos, más aún que en ocasiones llega a ser peor que aquél.
Desconsolador es también presenciar sin entender por qué, tanto de lo que se planteó como consigna y motivo de lucha de nuestra larga travesía democrática, aquello que dio pauta a la configuración de instituciones y reglas, es ahora objeto del acoso presidencial y de su destrucción desde lógicas “mayoritarias”. Se impone la violación de principios básicos de convivencia democrática y reconocimiento de minorías, de diálogo que construya en la pluralidad largamente peleada.
Hoy esos logros alcanzados son desechados bajo afanes autoritarios y de posesión de verdades absolutas, posiciones que rememoran consignas de lo más rancio y putrefacto de nuestra historia política como ese de “tener todo el pinche poder”.
Lo habitual es mirar con estupor la falta total de empatía de los que se dicen distintos para con los pesares sociales, que se niegan pero que allí están, creciendo como grandes losas a pesar de la indiferencia gubernamental. Allí quedarán para pasar lista de presente algún día ante la historia. Y es que cuando se responden risas burlonas ante las tragedias y las críticas sociales, cuando se descalifica, se envilece la discusión necesaria y se muestra la verdadera naturaleza de un modelo político soberbio, intolerante y deshumanizado.
Los ropajes de la cercanía social, de la pulcritud cívica, de la voluntad democrática que cubrían los imaginarios de la ilusión ofrecida, se han vuelto harapos que desnudan a personajes descompuestos, que insisten en la simulación y la retórica moralizante que dista mucho de poder referenciarse en ellos, en sus actos enfebrecidos de poder, hinchados de ambición y petulancia, de ignorancia supina.
Es indignante y es muestra de la lejanía del ejercicio del que se dice un gobierno humanista, el dolor de los sucesos de Ciudad Juárez con los migrantes prácticamente asesinados en un centro de retención donde no solo ardieron sus cuerpos, ya que también ardió el discurso y las políticas “solidarias”. Se quemó la perorata del espíritu y sueño Bolivariano con la revictimización de que fueron objeto, con el abandono con el que son tratados miles de migrantes, incluidos mexicanos, ennegreciendo aún más los discursos malolientes con los que ufanos siguen arengando quienes gritan “al ladrón” buscando esconder su rostro y sus acciones .
Lo sucedido en Ciudad Juárez es clara muestra de los horrores cotidianos de la política migratoria nacional violatoria de los derechos humanos que busca ser ocultada con las pasarelas de corcholatas, con las mañanas cargadas de mentiras, con los chistes y las risas indolentes y macabras de quienes aspiran a decir descarnadamente que el show debe continuar.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
Detrás de los planes A, B, C, se esconde el plan M, el del Miedo.