Por Edgar Hernández*
Daniel Ortega revive a Somoza para reinstaurar la dictadura.
Luego de más de medio siglo de la dictadura somocista, Daniel Ortega -erigiéndose en dueño y destino de Nicaragua-, la revive y en compañía de su vice-dictadora Rosario Murillo, somete a su pueblo a sangre y fuego.
Al carajo manda la historia de la liberación nacional que costó más de 40 mil vidas y la destrucción de un país.
Tira al bote de la basura la Revolución Sandinista que puso fin a la perpetuidad de los Somoza y se auto corona en medio de pilas de cadáveres.
El otrora guerrillero, un prieto esmirriado de eterno bigotillo con su hermano Humberto y un puñado de hombres valientes, entre ellos Edén Pastora, ese legendario “Comandante Cero”, Bayardo Arce, Ernesto Cardenal, Sergio Ramírez, Violeta Chamorro y nuestro hermano de la trova guerrillera Carlos Mejía Godoy, llevaron la libertad a Nicaragua aquel 19 de julio de 1979.
Ellos, con Carlos Fonseca Amador, fueron los que levantaron de las cenizas a Nicaragua para construir una nueva república.
Daniel, de la mano de los comandantes de la revolución Henry Ruiz, Tomás Borge, Carlos Núñez, nuestro paisano Víctor Tirado López, Luis Carrión y Jaime Wheelock, llevando la bandera de Cesar Augusto Sandino, son los que dieron patria a un pueblo humillado por siempre.
La libertad, sin embargo, no sería para siempre.
Menos en manos de Ortega, quien acompañado por quien fuera la secretaria del FSLN, Rosario Murillo, hoy su esposa, se encargarían de dilapidar la revolución.
El dúo que prometió que regresaría la democracia a Nicaragua y enterraría para siempre el legado asesino de los Somoza, hoy se clona mirándose en el espejo del dictador reviviendo la escala de violencia y muerte con los libertadores, los disidentes y todos los que no piensan como él.
Son a los que masacra, son a los que quita la nacionalidad obligándolos a salir del país.
Recrea y goza con esa fórmula mortal que en el día a día aplica y que se traduce en cárcel, masacres contra la disidencia y quienes son impedidos de ejercer la libertad de expresión.
Daniel Ortega terminó fatalmente siendo lo que repudiaba.
No le bastó haber sufrido cárcel, hambre, penurias, ni luchar por sus ideales. Lo suyo, en su fuero interno, era ser rey, dictador, mandamás de los jodidos.
Hoy, le importa un rábano la protesta mundial, los señalamientos condenatorios de la ONU, las advertencias de Estados Unidos, la marginación de América Latina –con que el Peje, Cuba y Venezuela lo apoyen, le basta-.
De un puñado de caídos se ha transitado a miles de muertes.
Hoy lo que sucede en Nicaragua es una masacre. Así lo ha denunciado la Organización de Estados Americanos, la OEA, tras aprobar por amplia mayoría, la condena “contra la represión que ejecuta el gobierno de Ortega y Murillo”.
“Se condena la violación a los derechos humanos, por el uso de policías y paramilitares en contra de los ciudadanos que protestan pacíficamente reclamando democracia y la salida del poder de la pareja presidencial», sostiene el espíritu de la resolución de la OEA.
De los 34 países miembros una amplia mayoría confirmó y signó su aprobación a la resolución contra la administración de Ortega-Murillo.
Ese es pues, el escenario en un país hermano donde cientos de guardias y civiles, que en mucho recuerdan a los escuadrones de la muerte, vigilan que nadie ose molestar Daniel y a su estrafalaria esposa. Que no le dé el sol “ya que le hace daño y le oscurece su piel”.
Fuimos testigos hace cuatro décadas de una lucha insurgente contra una dictadura que detentó por más de medio siglo el poder con la fuerza de las armas y un genocidio que arrojó más de 35 mil muertos, 100 mil heridos, 150 mil refugiados, 40 mil huérfanos de guerra y un millón de nicaragüenses sin alimentos ni dinero.
Nicaragua ya pagó su cuota de sangre.
Resulta, por tanto, doloroso y lamentable que en los tiempos actuales la disputa por el poder pretenda regresar al país hermano a un régimen por el que tanto luchó.
Daniel Ortega resultó, sin guardar proporción alguna, igual que López Obrador.
¡Aquí Nicaragua Libre!
Tiempo al tiempo.
*Premio Nacional de Periodismo