sábado, noviembre 23, 2024

Clásicos de la literatura infantil (II)

Heidi.”

Mtro. José Miguel Naranjo Ramírez.

Cuando escuchamos el nombre de la nación de Suiza, inmediatamente imaginamos sus bellos paisajes, su deslumbrante naturaleza, pensamos en una vida tranquila, llena de paz, armonía, y aunque nunca hayamos estado físicamente en este país, no tenemos la menor duda de que nuestros pensamientos no nos engañan y la vida es así. Nuestra generación tiene esta bella idea de Suiza gracias a las imágenes que podemos ver a través de la tecnología, no obstante, la belleza de la naturaleza Suiza ha sido descrita siglos antes mediante las obras literarias, y uno de los libros clásicos de las letras universales se titula: “Heidi”, el cual fue escrito por Johanna Spyri quien fue una extraordinaria escritora de origen suizo de la segunda mitad del siglo XIX.

“Heidi” es una pequeña novela ubicada dentro del género de lecturas infantiles, la historia es amena, sencilla, comprensible para cualquier niño. Por supuesto que lo infantil no significa que carezca de arte o que no posea profundidad, al contrario, toda obra de arte sin importar el género siempre provocará en el lector hondas reflexiones. Quien escribe es un lector adulto y les compartiré al momento de narrarles lo esencial de la historia, los razonamientos y sentimientos que me provocó la lectura de “Heidi.”

La historia tiene como escenario central los Alpes suizos, en una montaña alejado de toda la sociedad vive el abuelo de Heidi conocido como el tío Alm. Heidi es una niña que quedó huérfana de padre y madre a la edad de un año, desprotegida y sola fue criada por su tía Dita quien era hermana de su mamá Adelaida. Cuando Heidi tiene cinco años de edad a Dita le resultaba difícil seguir criando a su sobrina, por ello decidió llevar a la niña a vivir con su abuelo. La imagen inicial que tenemos del tío Alm es de un hombre huraño, antisociable, se fue a vivir a la montaña porque en el pueblo llamado Dörfli nadie lo quiere y soporta. Al momento que Dita llega con Heidi a la casa del tío Alm y le dice que él es su abuelo y le toca cuidar y alimentar a la niña, el tío Alm lo único que le contesta a Dita es que se vaya y no quiere volver a verla. Heidi se queda con su abuelito y la niña desde el primer momento de la relación muestra buena actitud; es servicial, bien hecha, ordenada, limpia, donde hay un obstáculo ella busca una solución, ejemplo es que el abuelo le dijo que ella no tendrá donde dormir y la niña busca en un tipo tapanco un espacio y lo acondiciona tan bien que muy contenta duerme ahí, de pronto, no tiene banco para sentarse y en lugar de ponerse a llorar o quejarse inmediatamente resuelve la situación.

Lo anterior originó que muy rápido Heidi se ganara a su abuelito, luego luego él le hizo un banco y la empezó a tratar bien y a consentirla. A los pocos días abuelo y nieta convivían felices respetando los tiempos, las reglas básicas de todo hogar. Heidi era una niña inmensamente feliz y el tío Alm ahora se sentía motivado para trabajar, arreglar su casa, criar sus ovejas, vivir y compartir.

La niña Heidi vivía en un ambiente de paz, tranquilidad, jamás en su vida se había sentido tan dichosa. En esta parte de la lectura invariablemente pensé que hoy nuestras sociedades a lo que más miedo le tienen es a la tranquilidad, a la calma, porque nos hemos alejado demasiado de nosotros mismos. Vivimos una vida acelerada, día a día caminamos muy rápido sin recordar que el día a día es un camino seguro a la nada, al vacío, y que lo único que podemos hacer mientras la finitud nos alcance es tratar de vivir tranquilos, en paz, y cuando se pueda felices, empero, ¿vivimos tranquilos? Acaso ¿tenemos momentos de felicidad? O mejor habría que preguntarnos: ¿En qué basamos nuestros momentos de felicidad? Cada quien que se responda según sus valores, ideas, principios, sin embargo, no cabe la menor duda que las sociedades de hoy disponen de muy poco tiempo incluso para responderse estas interrogantes.

Encontrándose abuelo y nieta felices, regresó la tía Dita, la gran sorpresa consiste en que venía para llevarse a la niña a vivir a la ciudad de Fráncfort. El abuelo intentó oponerse y la niña con ciertos engaños terminó por irse con la tía. El abuelo quedó dolido y volvió a ser un hombre huraño, peor que antes dice la historia. Por su parte, la niña Heidi llegó a la ciudad alemana con la promesa de su tía que solo estaría unos días en casa de la familia Sesemann y pronto regresaría con su abuelo, sin olvidar que en el ambiente de la montaña Heidi contaba con la incondicional amistad de Pedro y la familia de este a quienes Heidi quería muchísimo.

La realidad era otra, la tía Dita llevó a Heidi a casa de la familia Sesemann con el propósito de que la niña allí viviera de manera definitiva. En esta casa de gente millonaria vivía la niña Clara, quien se encontraba en sillas de ruedas y su papá le buscó una amiguita para que la acompañara y no se aburriera tanto, Heidi era esa amiguita destinada. La amistad entre Clara y Heidi desde un inicio fue muy buena, mas, Heidi a pesar de que vivía con todas las comodidades y lujos nunca se sintió feliz, y su tristeza fue aumentando al extremo de casi enfermar. Pasaron los meses y Heidi platicando con la abuelita de Clara le dijo que ella no podía decirles muchas cosas que la tenían triste, entonces, la abuelita le dijo que si no les tenía confianza a ellos esas confesiones se las hiciera a Dios, que con él si podía hablar sin miedo y confesarle absolutamente todo. Heidi contenta se fue a la habitación y se puso a platicar con Dios, lo único que le pidió era que la ayudara a regresar con su abuelo; al poco tiempo el doctor de la familia les dijo que la única cura para que la niña se reestableciera estaba en dejarla regresar a casa con su abuelo.

La familia lo comprendió e inmediatamente prepararon todo para el regreso de Heidi, la niña regresó a un mundo aparentemente sencillo, sin lujos, pero un mundo donde ella se sentía enormemente feliz; corría nuevamente por el campo, acompañaba a Pedro al acostumbrado recorrido con las ovejas, iba diario a ver a la abuela de Pedro, comían juntas, y como la familia Sesemann le tenía mucho cariño a Heidi, pronto la fueron a ver y la niña Clara pasará unas largas vacaciones en la montaña donde se recuperará, dejará la silla de ruedas y caminará.

La historia aparenta ser sencilla y lo es. Y es que si pensamos de manera sincera reconoceremos que la tranquilidad, la armonía y la paz que tanto deseamos en la vida se encuentra en lo sencillo, es decir, debemos aprender a disfrutar la rutina del día a día, la felicidad la podemos sentir al tomarnos un café y disfrutarlo, al instante de estar haciendo una lectura, compartiendo una buena platica, caminar y sentir el aire fresco de una mañana, ver los maravillosos colores y olores de la primavera…ahí está la tranquilidad, el arte del saber vivir.  

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