miércoles, abril 24, 2024

El día que conocí a Ricardo Rocha

Serpientes y Escaleras

Salvador García Soto

Era el verano de 1991, a finales de abril. Ricardo Rocha estaba en la cúspide de su carrera como periodista, conductor y entrevistador de Televisión. Sus programas «Para Gente Grande» y «En vivo» lo habían confirmado como un referente nacional en el entretenimiento nocturno y en el periodismo cultural, además de su labor reporteando y conduciendo noticieros. Por eso cuando salió de la sala de llegadas del Aeropuerto de Guadalajara y nos volteó a ver con una sonrisa, al grupo de graduados que estábamos ahí para recibirlo, con un letrero con su nombre en las manos, se nos puso una cara de incredulidad de tener ahí, con y para nosotros, a tremendo periodista de la televisión.

Su presencia y aceptación para ser el Padrino de la Generación 88-91 de la Licenciatura de Ciencias y Técnicas de la Universidad del Valle de Atemajac (UNIVA), nos confirmaba que si bien era en esos momentos un conocido y admirado rostro televisivo, también había detrás del personaje y periodista un ser humano que se había tomado el tiempo de viajar a Guadalajara para acompañar a un puñado de jóvenes, hombres y mujeres, aspirantes a periodistas y comunicadores en la terminación de su licenciatura, aunque más bien era apenas el comienzo de sus carreras en los inicios de la década de los 90 que unos años más tarde se rebelarían como un parteaguas en la vida social, política y económica de México.

Rocha llegó con la sonrisa y el enorme carisma que le caracterizaba. Nos saludó a cada uno de los que lo esperábamos con un abrazo cálido y con una familiaridad que entendimos que estábamos tratando con un verdadero grande de la comunicación, no por su fama ni por su imagen, sino por el trato tan personal y humano que nos dispensó durante toda su estancia y acompañamiento como el padrino, pero también la inspiración de los que, como yo en ese entonces, soñaban con llegar a hacer una carrera, pero sobre todo a construir un nombre y una credibilidad en el periodismo.

Aquella noche, frente a nuestras familias, Ricardo nos dio un discurso magistral, que hacía un recuento cultural, pero también mediático y social de lo que había sido el Siglo XX que empezaba a agonizar con su última década; pero lo que más nos maravilló entonces es que el periodista al que admirábamos se dio el tiempo para brindar con nosotros, para sumarse a nuestra alegría y demostrarnos que no había aceptado ir a festejar a unos estudiantes para él desconocidos por imagen o compromiso, sino porque de verdad tenía un espíritu y una vocación por apreciar e impulsar el talento joven que venía detrás de él.

Pasaron tres años de aquel fin de semana de graduación y este columnista, entonces ya trabajando como reportero, redactor y hasta vocero de una dependencia federal, se había abierto camino, pese a su origen humilde, en los medios y las oficinas de prensa de Guadalajara; pero un buen día, apenas cumplidos los 25 años, decidió hacer maletas y dejar atrás la comodidad de un sueldo de burócrata federal bien pagado para aquellos años, para venir a la hoy Ciudad de México, en ese entonces Distrito Federal, y siempre para los oriundos del resto de la República, la ciudad-deseo-monstruo-reto y fascinación.

Y reporteando en las fuentes políticas y en las ruedas de prensa, un día de 1996 me volví a encontrar de frente con Ricardo Rocha; yo hacía apenas mis pininos en el difícil y competido medio periodístico de la capital, él acababa de revelar en televisión nacional aquellos videos de la masacre de campesinos de Aguas Blancas, Guerrero, a manos de policías estatales, y con eso el orgulloso tepitense que siempre fue Rocha, había hecho historia en la televisión mexicana, pues nunca antes de ese reportaje suyo, las televisoras nacionales, en ese entonces ya la poderosa Televisa y la naciente TV Azteca, habían hecho una denuncia periodística tan fuerte y directa, con el poder de la imagen, que había presentado Rocha en su programa del Canal 2, el de mayor audiencia en el país.

La crudeza del video que reveló la verdad sobre la matanza de 17 campesinos, ocurrida el 28 de junio de 1995, no sólo fue un antes y un después para el periodismo mexicano y para la televisión: también horrorizó a todo un país que hasta entonces no había visto, de manera clara y directa, el rostro de la represión del Estado a los grupos más pobres, en este caso un grupo de campesinos que se dirigían a Coyuca de Benítez para exigir apoyo a los cafeticultores de Guerrero. La forma cobarde en que los campesinos indefensos fueron víctimas de ejecuciones extrajudiciales, por parte de los policías que los golpearon y les dispararon a quemarropa causó indignación, rabia a todo un país, que entonces todavía se horrorizaba y se dolía e indignaba al ver masacres despiadadas de seres humanos, algo que hoy, 28 años después, vergonzosamente se ha deshumanizado y hemos aprendido a normalizar ese nivel de violencia y a verla como algo cotidiano.

El propio Rocha decía que tanto los camarógrafos y operadores que lo vieron al momento de su transmisión en el foro, como él mismo cuando se lo enseñó al entonces vicepresidente de Noticias de Televisa, Alejandro «El Güero» Burillo, terminaron llorando y asqueados de la violencia gráfica de aquel video que tuvo que burlar los controles de la censura escondiendo su contenido sin anunciarlo en la escaleta y reproduciéndolo no del master del estudio, sino de una videocasetera VHS que conectaron directamente a una cámara para sacarlo al aire en transmisión nacional.

Después vendrían sus grandes reportajes previos a la masacre de Acteal. Dos años después en 1997, Rocha con sus camarógrafos había subido hasta las montañas de los Altos de Chiapas, para documentar el fenómenos de los desplazados de Acteal y Chenalhó, un peregrinar inhumano, en medio del frío y la lluvia de aquella primera mitad de diciembre del 97, de mujeres, niños y familias enteras que habían huido de sus casas y comunidades en esa zona de la montaña chiapaneca, para huir de la violencia de grupos de fanatismo religioso que habían sido armados por el gobierno priista. Justo 15 días antes de que sobreviniera la matanza de 45 indígenas tzotziles, mujeres y niños asesinados dentro de una iglesia a manos de grupos militares que atacaron a su organización «Las Abejas», Ricardo había advertido al país y al gobierno federal de la violencia criminal y religiosa que se estaba gestando en Chiapas ante la complacencia de las autoridades locales y federales.

Aquellos reportajes y la matanza de Acteal tiraron a un poderoso secretario de Gobernación, con aspiraciones presidenciales, como lo fue Emilio Chuayffet Chemor, a quien Ernesto Zedillo había sacado del Estado de México para volverlo el brazo político de su gobierno.

Para ese entonces el Rocha periodista y ahora también director de su propio proyecto noticioso «Detrás de la Noticia», que primero transmitía para Televisa y después se volvería su proyecto periodístico personal y su propia empresa, ya había dejado muy claro que era un gran conductor, entrevistador, impulsor de la cultura y hasta de nuevos artistas con sus dos programas que también hicieron historia en la Televisión: En Vivo, que por primera vez en México hacía televisión nocturna de entretenimiento y variedad durante toda la noche; y Para Gente Grande, con el que demostraría que también desde la TV más comercial se podían hacer programas culturales de calidad y con una audiencia que mantuvo por 14 años.

Yo me había vuelto columnista en 1999, después de especializarme en la fuente política y para cuando volví a ver y convivir con Ricardo Rocha ya no sólo era mi padrino y mi admiración, sino que se había convertido en un maestro y en un amigo entrañable. Me invitaba a comentar en sus noticieros, lo veía con cierta frecuencia y me compartía toda clase de anécdotas al calor de un buen vino Albariño de Galicia, que era su favorito. Un susto terrible de un infarto lo había hecho dejar de tomar, y solo ocasionalmente, se permitía degustar los vinos blancos y de preferencia gallegos.

Pasaron los años y la amistad dio paso a una invitación a que lo acompañara a la que fue su última aventura televisiva y periodística, un proyecto en el que puso todo sus recursos y su amor y compromiso con el periodismo: el Canal del Congreso de la Ciudad de México, 21.2 de TV abierta, al que lo habían invitado desde el congreso capitalino que lo nombró Director General por mayoría de votos y con un proyecto muy singular que él propuso y puso como condición para aceptar el nombramiento: hacer un canal público que tuviera una propuesta propia de producción noticiosa, de entretenimiento y cultura, y no se dedicara solo a transmitir las largas y aburridas sesiones de los diputados capitalinos.

Tuve el honor de inaugurar las transmisiones del Canal del Congreso de la Ciudad de México, como titular del noticiero matutino «La Ciudad y el Mundo», que conduje y dirigí durante 3 años. El proyecto periodístico de Rocha en el 21.2 había cuajado y el canal marcaba ratings buenos para un canal público. Desde ahí, desde el estudio de Detrás de la Noticia, que Ricardo prestaba y rentaba al canal del Congreso, transmitimos las elecciones del 1 de julio del 2018 y dimos la noticia del triunfo histórico de Andrés Manuel López Obrador, despidiendo la transmisión especial después de las 12 de la noche, cuando terminaba el discurso del triunfo en el Zócalo de la Ciudad de México.

Lo que pasó después, cuando López Obrador y Claudia Sheinbaum tomaron el poder en la Presidencia de la República y en la Jefatura de Gobierno, fue un trato hostil y un incumplimiento de contrato para Ricardo Rocha que, a pesar de haber sido nombrado por la mayoría del Congreso local como director del canal hasta 2022, comenzó a ser objeto de presiones, amenazas y hasta campañas sucias en su contra para obligarlo a que renunciara a la dirección del canal. Fueron meses de tensiones y golpeteos en su contra con filtraciones desde la mayoría del Congreso capitalino que controlaba Morena.

Fue tan duro y tan frustrante para Rocha el haber recibido ese trato, de quienes consideraba «amigos» a los que él había apoyado y dado cobertura cuando el movimiento lopezobradorista era rechazado por la mayoría de los medios, que terminó yendo el 28 de mayo de 2019 a Palacio Nacional, a la conferencia del presidente, para reclamarle al presidente que su nombre hubiera aparecido en una lista de periodistas acusados de corrupción y de haber recibido «pagos millonarios» del gobierno de Peña Nieto, a cambio de opinar bien del gobierno. «Qué curioso, fíjese usted que los gobiernos anteriores, el panista y el gobierno priista, no me acabaron nunca de aceptar porque me etiquetaban de ‘lopezobradorista’, qué curioso que ahora el lopezobradorismo me quiera etiquetar de peñista ¿no?, mala puntería», dijo esa mañana Rocha frente a un López Obrador serio.

Ahí acuso la que unos días después sería causa de su salida forzada a la dirección del mencionado canal: una campaña de desprestigio y golpeteo que él y el Canal del Congreso habían sufrido, «a partir del cambio de gobierno», que incluía retención de salarios, reducción del presupuesto del 80% y falta de pagos a varios servicios que su empresa prestaba al Congreso capitalino. Habló también de una «campaña calumniosa» en su contra y una iniciativa para desaparecer al 21.2, mediante una iniciativa legislativa, que proponía fusionarlo con el Canal 21 de la CDMX. Todavía le pidió a AMLO que dialogara con él, le recordó momentos personales y políticos que vivieron juntos, y terminó recordándole que su nieto se llamaba Andrés, justo por las coincidencias que tenía con él.

Semanas después de aquel diálogo en que el presidente le respondió que «nosotros actuamos de buena fe» y le aseguró que «no existe ninguna intención de perjudicarte porque sabemos que eres un periodista profesional, que en los tiempos que nos cerraban los espacios tú nos dabas oportunidad de expresarnos», a Ricardo Rocha lo echaron, literalmente, del que había sido su último gran proyecto periodístico al que le había apostado todo. Volví a ver a Ricardo en un restaurante japonés. Estaba dolido, triste, decepcionado del trato que había recibido del nuevo gobierno y de quienes se decían sus amigos. No volvió a ser el mismo, aunque siguió haciendo diario, profesional y entregado como siempre fue: su noticiero de las 5 de la mañana en Radio Fórmula y su columna de cada semana en EL UNIVERSAL. Ayer por la noche volví a ver a mi entrañable amigo, maestro, jefe. Pero su sonrisa carismática ya no la pude ver en su rostro y me faltó su abrazo cálido y sus grandes historia y anécdotas del largo camino que recorrió desde que un día salió, muy joven y con muchos sueños, del Barrio Bravo de Tepito.

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