Si el escenario para la elección presidencial de 2024 ya se ve de por sí complicado y tenso, no sólo por la competencia política sino por el tamaño de los comicios en los que se renovarán más de 3 mil cargos de elección popular, desde la Presidencia de la República y la totalidad del Congreso de la Unión, hasta 1,580 presidencias municipales, 31 Congresos estatales y 9 gubernaturas estatales, incluyendo la de la capital de la República, ahora el presidente López Obrador y sus funcionarios y estrategas políticos han empezado a invocar al fantasma de la violencia, acusando una supuesta intención de «la derecha conservadora» de violentar esos comicios si no pueden ganarle a Morena.
Sin un solo elemento de prueba y sin sustentar sus dichos, el monero Rafael Barajas «El Fisgón» y el director de la UIF, Pablo Gómez, lanzaron su teoría conspiratoria en una plática de adoctrinamiento a las huestes morenistas, a las que el caricaturista de La Jornada y también asesor y contratista beneficiado por el gobierno lopezobradorista, les alertó: «Andrés Manuel dijo una cosa muy seria, hablando del caso de Chilpancingo donde hubo un estallido social, etcétera (…) si no les funciona el tema Xóchitl Gálvez, muy probablemente apuesten por la violencia».
Y, como si fuera nado sincronizado, ayer López Obrador replicó desde su show mañanero la fantasiosa teoría de que sus adversarios políticos estarían interesados en descarrilar el mega proceso electoral del próximo año generando violencia en el país, invocando otro de sus fantasmas favoritos: el del golpe de Estado en su contra. «El papá de Claudio X. González llegó a decir que si no les funcionaba el fraude, no descartaban una acción como la del golpe en Chile en 1973, así como lo oyen. Ahora pues han ido moderándose porque la realidad ha demostrado que a todos los mexicanos nos conviene la transformación», dijo ayer el presidente, sin precisar fechas, lugar ni contexto de sus afirmaciones sobre intenciones golpistas.
El discurso del lopezobradorismo, alertando de supuestas conspiraciones violentas en las próximas elecciones, se parece más la estrategia de aquel ladrón que, tras cometer su atraco, se pone a gritar «¡Al ladrón, al ladrón!», con la intención de generar confusión y hacer que la muchedumbre enardecida persiga al ladrón equivocado. Porque no hay evidencia alguna de que empresarios, partidos o activistas sociales en México estén pensando y menos preparando en un escenario de violencia que a nadie conviene en las elecciones presidenciales.
De hecho hay algo que no cuadra en el discurso de alertamiento de la violencia que han emprendido los ideólogos y estrategas de la 4T; porque históricamente en México la violencia, sin contar la del narcotráfico y el crimen organizado que hoy azota al país, la violencia propiamente política, siempre provino del Estado y de los grupos gobernantes, que al sentirse amenazados, cuestionados o rebasados por movimientos sociales, estudiantiles, sindicales o civiles, siempre recurrieron invariablemente a la violencia militar y policiaca para sofocar cualquier tipo de movimiento que amenazara al status quo.
Por eso preocupa y llama mucho la atención que sean los sectores más radicales del movimiento lopezobradorista, los de la izquierda más dura y extrema, los que empiecen a hablar de «amenazas de violencia» en las elecciones del próximo año. Principalmente porque quienes tienen el poder y lo ejercen, sobre todo de la manera autoritaria como lo hace López Obrador, no sólo tienen la capacidad de fuerza de enfrentar a cualquier empresario o grupo que intentará desestabilizar, sino que tienen de su lado, incondicional y ciegamente, al Ejército y a la Marina, que a fuerza de billetazos, contratos y funciones civiles que les han otorgado, no dudarían en actuar ante una orden del comandante Supremo que les ha dado todo el poder y todo el dinero.
¿Será entonces que quienes hablan de violencia política y electoral no están alertando del peligro que representaría, sino más bien están preparando el escenario para que, en caso de que el partido de López Obrador pierda las elecciones, generar una turbulencia social y política para no reconocer una derrota e invocar el orden y la paz pública como pretexto para una especie de «autogolpe» en el que, al no haber condiciones, se tuvieran que anular las elecciones y mantener o alargar al actual gobierno con o sin AMLO en la Presidencia?
Y sí, parecen teorías conspiratorias, pero cuando estas teorías se originan y se difunden desde el poder y desde los sectores más duros y radicales de la clase gobernante, no hay que irse con la finta y creer que se trata de una ocurrencia de un monero o de las eternas fobias y miedos de López Obrador. Tanta insistencia y obsesión en atacar, descalificar y exhibir a Xóchitl Gálvez y a sus contratos lícitos con el gobierno y con empresas privadas, aun cuando eso signifique violentar el secreto fiscal y que el mismo presidente de la República violente las leyes y utilice el poder para perseguir a una ciudadana y adversaria política, no parece ya una estrategia, sino más bien un miedo, terror de perder el poder en 2024.
Hoy López Obrador ya no es la víctima, es el victimario desde el poder; y si con tal de conservar ese poder el presidente está dispuesto a «hacer lo que se tenga que hacer», como se los dijo a los gobernadores de Morena en una reunión en Palacio Nacional en 2022, entonces habrá que empezar a preocuparse. Porque si eso incluye la generación de violencia desde el gobierno para desconocer un resultado adverso a Morena en 2024, entonces confirmaríamos el retroceso democrático y el surgimiento de una dictadura en México, nada más dañino para los mexicanos y para un país que apenas intenta levantarse de la crisis económica del Covid y que tiene ante sí una de las oportunidades económicas más claras y tangibles de su historia con el «nearshoring» para generar empleo y desarrollo. Todo eso se esfumaría si, a fuerza de invocar el fantasma de la violencia desde el gobierno, terminan por hacerlo realidad.