domingo, noviembre 24, 2024

La mentira o el ofrecimiento sin sustento ¿denominador común en política?

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“Resolveré el problema de Chiapas en 15 minutos”, ofreció Vicente Fox en su campaña para la presidencia, pero ese expediente adquirió la condición de nonato durante su gobierno.

“Regresaré a las fuerzas armadas a sus cuarteles y terminaré con la corrupción”, son, entre otras muchas las repetidas frases en el discurso de campaña del hoy presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, pero según las circunstancias reinantes ya solo serán fuegos fatuos.

“Los espectaculares los colocaron con cargo a su peculio mis simpatizantes”, dicen por igual Sheinbaum, Ebrard y Adán Augusto, sin asumir responsabilidad alguna en esa trama y sin recato porque en nuestro país no existen condiciones para inhibir ese tipo de cultura política.

Sobre ese tema estamos en condición de elaborar una larga lista de ofrecimientos incumplidos por quienes buscando el respaldo del “pueblo” le mienten sin pudor ni respeto alguno. Pero son tantas y tan obvias esas promesas que por la incapacidad para exigir su cumplimiento lo mejor es abstenerse de hacerlo.

Ahora, para atender el sentido del encabezado debemos intentar una respuesta a la interrogante, que de entrada es afirmativa cuando en el contexto social, como el nuestro, llevan primacía la ignorancia y la indiferencia ciudadana hacia los asuntos de la cosa pública. Porque una sociedad que delega en sus políticos la responsabilidad de resolver los asuntos de la comunidad sin poner coto a sus procedimientos está condenada a convertirse en su rehén y su víctima, pues al encomendarle aquella delicada misión a la vez les entrega un poder hacer, que por mucha regulación normativa que exista sino se imponen controles el abuso y el autoritarismo no tardan en aparecer.  

Es decir, la ignorancia, la escasa participación ciudadana en los asuntos de la cosa pública, el acentuado déficit en la información al ciudadano, la escasa interlocución entre el político y la ciudadanía originan las causas del porqué los políticos se atreven con singular alegría a acompañar sus discursos con la mentira. En estricto sentido, en una sociedad madura y bien enterada los ciudadanos insertos en la cosa pública obran con mucha prudencia y difícilmente se atreven a mentir porque el riesgo del repudio público es elevado. Tal no sucede en sociedades de subdesarrollo político como la nuestra, donde el político chicanero, lenguaraz y “simpático” es capaz de repetir una mentira sin que haya reacción negativa en su contra. No es gratuita la reflexión de Friedrich Nietzsche, uno de los grandes pesimistas de la historia: “Lo que me preocupa no es que me hayas mentido, sino que, de ahora en adelante, ya no podré creen en ti”. Que riñe, por supuesto, con la dulce rima y masoquista de “Miénteme” la famosa canción de Los Panchos: “—miénteme una eternidad, que me hace tu maldad feliz”. Pero así pasa cuando sucede, y si pasa, no pasa nada.

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