Era la Segunda Guerra Mundial. En un lugar del Oceano Atlántico (¿de cuyo nombre no quiero acordarme?) se encontraron sendos buques de las armadas de Inglaterra y Estados Unidos. Se saludaron de acuerdo con los códigos marineros, y se estacionaron -digamos- juntos.
El capitán del navío inglés convidó a su correspondiente gringo a que le hiciera una visita de cortesía con sus oficiales de mando, y los americanos aceptaron la invitación.
Como es costumbre entre los lobos de mar, en el convivio se sirvieron buenas copas de whisky y se habló de cañonazos, de submarinos y torpedos, y de muchas batallas heroicas. Un buen rato estuvieron departiendo, y después los invitados regresaron a su casa, flotante.
El capitán estadounidense comentó con sus oficiales que los británicos les habían servido los tragos al tiempo, y le ordenó a su asistente que para corresponder la cortesía les mandara una buena dotación de hielos.
Al otro día, del buque inglés llegó un mensaje agradeciendo a los americanos por el hielo, y traía el comentario que el capitán y sus oficiales lo habían aprovechado ¡para darse un buen baño helado!
Cosas de las costumbres, pues los ingleses toman el whisky solo y disfrutan bañarse con agua helada, mientras a los gringos les encantan los tragos en las rocas y las duchas calientes.
Esa anécdota que me contó hace tiempo un viejo lobo de mar ilustra cómo los seres humanos podemos tener percepciones diferentes de la vida y sus comodidades debido a nuestras costumbres aprendidas ya sea en casa o en nuestro terruño.
Y así como entre los extranjeros hay diferencias, entre los seres humanos de diferentes regiones de un país o hasta en grupos distintos en una región o una ciudad también puede haber percepciones diversas. Cuantimás entre quienes abrazan distintas ideologías o modos de vida.
Es comprensible entonces que en la vida diaria constantemente se den desencuentros entre personas o grupos dispares, y es común que la concordia termine por imponerse sobre el enfrentamiento, asentada en la humanidad y la tolerancia, en nuestra naturaleza proclive a la armonía y la tranquilidad, aunque no falten quienes crean y vivan pensando que el hombre es el lobo del hombre.
A México le urge la paz. Han sido muchos años, siglos tal vez, de peleas fraternales entre connacionales que han llevado a la ruina tantas veces la riqueza nacional. Los mexicanos de buena fe somos mayoría inmensa, pero nuestra integridad está afectada por unos cuantos -políticos corruptos, delincuentes organizados o no, comerciantes voraces, amigos y familiares de los poderosos- que tienen secuestrada nuestra vida y nuestra hacienda.
Por ese motivo y por nuestra urgencia de que la vida se componga, es que Xóchitl va.
Y por lo mismo, AMLO no va.