Raúl Arias Lovillo
En las elecciones del próximo año se van a dirimir dos proyectos de nación sobre el futuro de México.
Veamos el primer proyecto. Tendríamos la continuidad de la llamada cuarta transformación si las elecciones las gana cualquiera de las candidaturas impulsadas por Morena. Aquí, en verdad, no aspiramos a conocer cambios importantes respecto al gobierno que ya hemos experimentado en los últimos cinco años. El poder lo seguiría ejerciendo López Obrador, independientemente de la corcholata que se alce con el triunfo en las elecciones. Podríamos esperar que la violencia e inseguridad continuaran su ascenso porque con toda seguridad la estrategia de “abrazos, no balazos” no cambiaría. Habría continuidad en el estilo de gobernar, es decir, un ejercicio autoritario del poder ya que, como ocurre ahora, nunca se someterían los actos de gobierno al consenso de la ciudadanía y ante los errores y desatinos tampoco habría quien asumiera la responsabilidad de los mismos, como sucede hasta ahora. Continuaríamos viviendo la destrucción de nuestras instituciones, el debilitamiento del Estado de Derecho y la división de poderes. Muy probablemente seguiremos asistiendo al desprecio de la educación, la cultura, la ciencia y la tecnología, así como a la sistemática violación de los principios constitucionales. Seguiríamos viviendo las acciones improvisadas de un gobierno que no tiene ninguna capacidad de planeación y presupuestación de sus obras.
Pero atención, el próximo gobierno de Morena va a heredar las condiciones fiscales más comprometidas en una generación. Los ingresos no petroleros han disminuido y seguramente los ingresos petroleros bajarán en los próximos meses ante la disminución de los precios del petróleo; en contraste, el gasto neto del sector público ha aumentado en casi tres puntos porcentuales del PIB en el último año. Con una simple aritmética, si los ingresos tienden a la baja y los gastos aumentan, la diferencia tendrá que financiarse con mayor deuda o con más impuestos. Al mismo tiempo, en 2024 este gobierno de Morena no contará con las favorables condiciones con las que contó en 2018: casi cinco puntos porcentuales de ingresos y ahorros, fideicomisos que no podrá utilizar porque ya no existen, recorte de programas gubernamentales, etc.; en fin, cada vez mayores dificultades para encontrar financiamientos para sus programas sociales.
Con respecto al segundo proyecto de nación que estará en juego en el próximo proceso electoral estará encabezado por la candidatura ganadora del Frente Amplio por México. Varios miembros de este grupo opositor han hablado de la urgente necesidad de reconstruir el país ante el evidente desastre que dejará el actual gobierno de Morena. Pero cada vez más se escuchan voces de la ciudadanía que no están de acuerdo con la simple reconstrucción del país, sino con el establecimiento de cambios estructurales en las bases mismas de nuestra nación, es decir, iniciar una refundación de la nación mexicana. Consideremos poco a poco algunos ejemplos ya que no se pueden abordar en pocas líneas las reformas propuestas.
Empecemos por el asunto del financiamiento. Cualquier gobierno enfrentará en 2024 serios problemas financieros. No existe un margen muy grande para echar mano de la deuda como mecanismo de financiamiento, incluso es lo menos recomendable. Por tanto debe impulsarse una gran reforma fiscal que deje atrás los bajos niveles históricos de carga tributaria del país. El nuevo gobierno deberá desplegar todas sus capacidades de diálogo para conciliar intereses entre diferentes sectores sociales para lograr esta reforma. A cambio, nos parece, deberá impulsar las modificaciones legislativas para que se cumpla, de una vez por todas, con la estricta transparencia en el uso de los recursos públicos. No más uso discrecional de los presupuestos públicos y alto a la corrupción en todos los niveles de gobierno.
Estamos hablando de una reforma fiscal progresiva, esto es, una reforma que cobre más impuestos a quien más ingresos tiene y debe exentar de su pago a quien perciba menos ingresos. Para decirlo coloquialmente, que los ricos paguen más y los pobres no paguen. Quienes paguen impuestos, sectores de altos ingresos y clases medias, seguramente estarán dispuestos a pagarlos puntualmente si el gobierno demuestra su uso honesto y eficaz. La ciudadanía asumirá esta reforma positivamente si observa que los impuestos que se paguen se devuelven en mejores servicios públicos, una mejor infraestructura y una mejor calidad de vida.
Vale la pena reflexionar seriamente sobre el futuro de México. Continuidad de políticas autoritarias y mediocres, en medio de un entorno social de violencia e inseguridad, o intentar refundar la nación con el establecimiento de las bases de un sociedad menos injusta, menos violenta, mejor educada y más feliz.