Al presentar una impugnación que de entrada ya descalificó Claudia Sheinbaum porque «no tiene mucho fundamento» y condicionar su permanencia en Morena a la respuesta que le den a su queja, Marcelo Ebrard confirma que la estrategia que preparó cuidadosamente desde antes de empezar este proceso interno y que ahora está siguiendo para preparar su salida formal del movimiento lopezobradorista, no es sino una copia de la misma estrategia que hace 29 años siguió Manuel Camacho Solís cuando Carlos Salinas de Gortari optó por Luis Donaldo Colosio, y no por él, para la candidatura del PRI a la Presidencia en 1994.
Descalificar el proceso, negarse a aceptar la decisión y no acudir a reconocer el triunfo de Sheinbaum, “haiga sido como haiga sido”, fue la primera parte del plan ebrardista que siempre supo que él no sería el elegido y optó por emular lo que hizo su mentor político en aquel año aciago en el que la violencia política asomó su rostro en México con toda su crudeza. Si lo primero fue desconocer a Claudia como la elegida por la encuesta alegando diversas irregularidades, lo que ayer anunció Marcelo Ebrard es el lanzamiento de una campaña paralela, como la que le hizo Camacho a Colosio, y la creación de una nueva plataforma política que denominó «Movimiento Progresista».
Recorrer el país al mismo tiempo que lo hará la virtual candidata de Morena será sin duda la otra parte de la estrategia de Marcelo para minar a Claudia, hacerla parecer débil y que no tiene todo el respaldo de los grupos internos del partido, más allá del apoyo incondicional que le brindó el presidente López Obrador. Si Camacho Solís buscó y utilizó el nombramiento de «Comisionado para la Paz» en Chiapas que le otorgó Salinas, Ebrard utilizará su propia plataforma para ir por toda la República a partir del 18 de septiembre con un objetivo más que claro: mostrar que su candidatura presidencial no está muerta, que la unidad morenista es más un discurso que una realidad (por eso llama a los militantes del partido y a los aliados del PVEM y el PT a que se sumen a su movimiento) y, sobre todo, a demostrar que Sheinbaum no tiene la capacidad ni para manejar el mando político que le entregó AMLO ni para conquistar al electorado.
Lo que seguiría, en el manual camachista para sabotear una campaña, es que se empiece a hablar de que «la campaña de Claudia no prende ni entusiasma», que «a la candidata le falta experiencia y carisma», y así hasta llegar a hablar de posibles candidatos sustitutos, tal y como ocurrió en aquellos primeros meses de 1994, cuando Manuel Camacho, con Ebrard como su joven alumno y operador, lograron sembrar la percepción de que la campaña de Colosio no levantaba hasta que vino aquel discurso mítico del 6 de marzo en el monumento a la Revolución.
A nadie debe extrañar que Marcelo Ebrard, en su decisión de no aceptar la decisión de Morena y de López Obrador y jugarse su última carta, decida declararle la guerra política, una guerra estratégica y soterrada a Claudia Sheinbaum, aunque su verdadero pleito no es con la doctora, sino con quien la puso. Si Camacho la emprendió contra Colosio como una forma de vengarse de su hermano, Carlos Salinas de Gortari, que no cumplió los acuerdos que tenían ni le entregó la candidatura que él sentía suya; hoy Marcelo también enfoca sus baterías contra Claudia, aunque su verdadero objetivo es Andrés Manuel, con quien está enojado por haberlo llamado «hermano» y no haberle reconocido, con la candidatura, su lealtad y amistad cuando lo dejó pasar, hasta en tres ocasiones, habiéndose él sacrificado.
Sin duda todos los paralelismos encajan en los pasos del Marcelo de hoy y el Manuel Camacho de ayer. Los dos están molestos y decididos a cobrarse lo que consideran un acto de «ingratitud y maltrato» por parte de quienes consideraban sus «hermanos». Podría decirse que López Obrador no es Salinas, pero al final los dos representan quizá a los dos presidentes más políticos y perversos de los últimos tiempos.
Lo único en lo que no debiera, bajo ninguna circunstancia esperar o buscar un paralelismo, es en la violencia criminal y política que nos estalló a todos en la cara aquel 23 de marzo de 1994; empezando por Camacho Solís, al que le gritaron «¡asesino!» a su llegada a Gayosso al sepelio de Colosio, y siguiendo por todo un país y una generación de mexicanos que asistíamos horrorizados a una violencia política que no conocíamos. Eso si nadie quiere que se repita y quien lo invoque o lo provoque será repudiado y rechazado por los votantes.
Se baten los dados. Serpiente y descendemos.