Más que interesante resultó la manera en que el presidente López Obrador trató, desde su mañanera del pasado miércoles, desmentir la columna de Raymundo Riva Palacio sobre las nuevas investigaciones del Caso Colosio y la intención de imputar al expresidente Carlos Salinas de Gortari, junto con otros políticos de aquella época, por un presunto caso de tortura en contra del asesino Mario Aburto. «¿De dónde saca esto? Aquí aprovecho para decirle al licenciado Salinas que no se preocupe porque no he recibido ni un solo informe, ni un solo escrito sobre esto.
Pero este, ya voló», dijo el mandatario.
A esa afirmación presidencial ya le respondió puntualmente el periodista Riva Palacio en su columna del pasado jueves, donde argumenta que el nombre de Salinas, junto con el de otros políticos priistas sí aparecen en las investigaciones y declaraciones que ha recabado la FGR en el expediente por el que se ordenó reabrir el caso del candidato presidencial asesinado hace 29 años; pero lo que vale la pena observar es la forma en la que AMLO se refiere al que durante más de 20 años ha sido su «villano favorito», el expresidente Carlos Salinas de Gortari.
De pronto, en el quinto año de gobierno y ya entrado al sexto y último de su mandato, para López Obrador, el expresidente neoliberal por excelencia ya no es «el innombrable», «el chupacabras», «el verdadero jefe de la mafia del poder», todos alias peyorativos y despectivos con los que se ha referido al exmandatario, desde hace más de 25 años. Ahora, se refiere a él como «el licenciado Salinas», al que aprovecha para decirle «que no se preocupe» porque él no ha recibido «ni un solo informe o escrito sobre esto», es decir, sobre una posible acusación judicial en su contra.
¿Qué fue lo cambió para que el presidente modifique la manera en que se refiere a quien ha considerado también «padre del neoliberalismo en México»? Sobre todo porque Carlos Salinas de Gortari fue uno de los políticos que López Obrador utilizó a lo largo de su carrera política y de líder opositor, como su némesis y antítesis de sus ideas y propuestas políticas.
La única explicación que por ahora se puede inferir del extraño cambio que experimenta el presidente, en su forma de dirigirse a Carlos Salinas es la de que el inquilino de Palacio haya empezado a sufrir el «síndrome del final de sexenio»; es decir, que ante la cercanía de la terminación de su gobierno y la realidad de que, una vez fuera del cargo y ya sin el poder que ahora tiene, a López Obrador se le junten todos sus enemigos y adversarios políticos para cobrarle la larguísima lista de agravios, odios y resentimientos que dejará el tabasqueño cuando se vaya, como tanto lo ha anunciado, a «La Chingada», su rancho en Palenque, Chiapas.
Porque no es lo mismo atacar, denostar, acusar y vilipendiar todos los días en las mañaneras cuando se tiene todo el poder de la Presidencia de la República, que vivir ya como expresidente sin ningún tipo de protección y sujeto a cualquier tipo de enjuiciamiento, denuncias penales o incluso venganzas o linchamientos como las que él promovió y alentó desde que era candidato y ya como gobernante en contra de todos los expresidentes vivos y que le antecedieron en el cargo.
Porque aunque ahora lo llame «el licenciado Salinas» y le pida «que no se preocupe» porque él no tiene información sobre su involucramiento o posible imputación en el reabierto caso del asesinato de Luis Donaldo Colosio, la realidad es que no solo a Salinas, sino a Felipe Calderón, a Vicente Fox y en menor medida a Ernesto Zedillo y a Enrique Peña Nieto, López Obrador siempre los acusó y los denostó públicamente, al grado de haber ofrecido en campaña hacerles un enjuiciamiento penal, del que después se desistió ante la falta de sustento legal y la prescripción de presuntos delitos que hubieran cometido los exmandatarios, y terminó manejando el tema con una «consulta popular» extra legal y demagógica.
Pero claro que a Carlos Salinas y a Felipe Calderón siempre los tuvo en la mira y constantemente se soltaban rumores y versiones desde su gobierno sobre posibles investigaciones o acusaciones penales contra esos dos exmandatarios.
Fue tan real el ambiente de persecución que les hizo sentir a sus antecesores, que el año pasado Salinas de Gortari, a quien se le sabía nervioso por una posible persecución judicial, decidió solicitar y obtuvo la ciudadanía española, que le fue otorgada gracias a sus relaciones políticas con la monarquía de ese país. Con su doble nacionalidad, el expresidente claramente buscó blindarse de una posible acusación y lo hizo precisamente a partir de que se hizo oficial, por parte de la FGR la reapertura del caso Colosio y los señalamientos de tortura, un delito que no prescribe, realizados por Mario Aburto al gobierno salinista.
El mismo López Obrador, que entonces aún no lo llamaba «licenciado» ni le mandaba mensajes de que no se preocupara, comentó en octubre del año pasado en su conferencia mañanera, sobre el otorgamiento de la nacionalidad española al ex mandatario: «Ahora Salinas, ayer, se da a conocer que ya se volvió español, sí, ya le dieron la nacionalidad española, pues es otro personaje, el padre de la desigualdad moderna de nuestro país, entregó las minas, los bancos, las empresas públicas. Ya tiene nacionalidad española y a mí me da gusto porque no les tengo coraje, ni mucho menos odio», dijo en esa ocasión.
Podría decirse, pues, que en el ocaso del sexenio y cuando empieza a cobrar conciencia del carácter finito de su poder, López Obrador se ha transformado y, pensando en el fatídico séptimo año para cualquier expresidente, decidió que debía ser más cuidadoso a la hora de referirse a Carlos Salinas de Gortari. Tal vez empezó a hacer frío en el vetusto Palacio.
Se baten los dados. Serpiente Doble. Semana de cuidado.