Ya hemos comentado aquí en anteriores ocasiones la experiencia de vida de Marcelo Ebrard cuando en 1993 el presidente Salinas decidió la candidatura de Colosio provocando una iracunda reacción de Manuel Camacho Solís, quien a causa de su inconformidad originó oscuros nubarrones en los albores de la campaña de Colosio a la presidencia de la república. Ebrard era un cercanísimo colaborador de Camacho y vivió intensamente aquellos momentos de inusitada tensión política. Aquel capítulo de nuestra historia político electoral ahora se reedita llevando a Ebrard como el protagonista a cuyo encargo está hacerla de víctima de un engaño a todas luces anunciado. Y no porque en realidad Marcelo Ebrard hubiera creído inocentemente en la realización de un proceso evidentemente cargado hacia Claudia Sheinbaum, ingenuo sería pensarlo así, sino porque confió en su estrategia para revertir aquella tendencia y acomodarla lo más posible hacia un proceso equilibrado que le diera el triunfo; pecó sí de crédulo u olvidadizo porque en nuestra democracia a la mexicana es muy difícil ganarle “al pueblo” personificado por el presidente de la república. Sufrió amnesia Marcelo al no recordar que antaño el PRI era el único capaz de ganarle las elecciones al pueblo, y ese olvido quizás debido a la saturación de la retórica del “no somos iguales”, cuando en los hechos las enseñanzas del PRI siguen vigentes.
Tan imperan aquellos moldes que el proceso de Morena para “elegir” candidata presidencial resultó un fiasco comparado con el implementado por el Frente Amplio Opositor. Volvamos a los antecedentes: siendo presidente del PRI Luis Donaldo Colosio, se plantearon intentos serios para democratizar la elección de candidatos, uno de los métodos fue el de la consulta a la base, que una vez puesta en práctica alborotó a las bases de tal manera que ese procedimiento pronto fue desechado y se volvió al de la “democracia dirigida”, es decir al de la consigna, de esa manera se evitaron los altercados, que por cierto enriquecieron las filas del PAN y del PRD que “cacharon” la emigración de priistas inconformes hacia esas siglas. Y en esta reedición de aquellos procedimientos, al más puro estilo priista, donde el presidente es el máximo elector, al intentar disfrazarlo de democracia partidista en la que “el pueblo” es quien “decide”, fallaron los cálculos al no evitar el escándalo suscitado por la rebelión de Ebrard, aunque el fin final de sacar adelante la candidatura de Claudia Sheinbaum haya sido como haya sido se cumplió a cabalidad. Pero este cuento novelado no concluye con el discurso de Sheinbaum, pues todavía hay espacio para subsecuentes episodios cuyo epilogo se desconoce pues es una trama de varios capítulos, los de ahora son los intermedios.